viernes, 20 de abril de 2007

La confianza (Iª parte)

“Confiar en todos es insensato; pero no confiar en nadie es neurótica torpeza.”
Juvenal (Poeta satírico romano)



Aunque a estas alturas sea obvio suponer que la confianza juega un papel protagónico en la cohesión de las sociedades occidentales, es interesante escudriñar un poco en su importancia como concepto sociológico. El papel de la confianza dentro de ésta disciplina es igual de radiante que su dificultad para tomarla como un concepto concreto o científico. Esto quizás se deba al hecho de que, en la gran mayoría de las tradiciones de pensamiento, la confianza es un concepto sin relevancia sociológica acotado al orden emocional del individuo. Aunque conviene recordar que tiene enormes implicaciones para la generación de las relaciones e intercambios que se dan dentro de la vida en colectividad.


La confianza surge cuando una expectativa se convierte en decisión; de lo contrario lo único que hay es esperanza. La incertidumbre, como variable constante que determina la opción de confiar o no, nos lleva a plantear la confianza como algo que siempre parte de la evidencia disponible; es una combinación de conocimiento e ignorancia (Simmel, 2002). El que confía siempre tendrá alguna razón para explicar su comportamiento, el problema radica en justificarlo socialmente.


Al ser la confianza una actitud que se basa en influencias y percepciones, es necesario decir que ésta también debe aprenderse, como cualquier otro valor social. La familia, el medio social, las asociaciones civiles y las instituciones sirven a este propósito. El principal problema de la confianza que emerge de la interacción personal es la estrechez de su ámbito de acción. Se puede confiar en familiares o amigos para alcanzar determinados objetivos, sin embargo, en el plano social, la movilidad para la cooperación entre extraños requiere de supuestos que traspasen la solidaridad familiar. Sin embargo, para el que ha escrito estas líneas, el mayor mérito del acto de confiar quizás consiste en evitar la plena propagación de ese tipo de ciudadano al estilo de El extranjero de Camus, es decir, ese ser humano alienado, desconectado, sin lazos emotivos ni ataduras con nada ni nadie, víctima de una desintegración social que cada día avanza más y que se nos presenta de forma cruda, real e incontrolable. Sí, tal vez por este motivo necesitamos confiar, ¿o no?...

Israel

domingo, 8 de abril de 2007

Los de arriba y los de abajo

Me encuentro de "vacaciones", entre una de las tantas lecturas que tenía pendientes, está la
que aqui reproduzco de Zygmunt Bauman. A pasar de los cambios que tenemos a lo largo de
nuestra vida, creo que nunca valoramos lo suficiente el grado de movilidad y libertad que
tenemos, pero por favor, pasen y lean:



La posmoderna, de consumo, es una sociedad estratificada, como todas las que
se conocen. Pero se puede distinguir una sociedad de otra por la escala de
estratificación. La escala que ocupan "los de arriba" y "los de abajo" en la sociedad de
consumo es la del grado de movilidad, de libertad para elegir el lugar que ocupan.


Una diferencia entre “los de arriba" y "los de abajo" es que los primeros pueden
alejarse de los segundos, pero no a la inversa. En las ciudades contemporáneas se
produce un apartheid à rebours: los que tienen medios suficientes abandonan los distritos
sucios y sórdidos a los que están atados, a aquellos que carecen de esos medios. Ya
sucedió en Washington D.C. y está a punto de ocurrir en Chicago, Cleveland y Baltimore.
En Washington, el mercado inmobiliario no aplica la discriminación sin embargo, existe
una frontera invisible a lo largo de la calle 16 en el oeste y el río Potomac en el noroeste,
y aquellos que quedaron del otro lado harán bien en no franquearla. La mayoría de los
adolescentes detrás de la frontera invisible, pero no por ello menos tangible, no conocen
el centro de Washington con su esplendor, su ostentosa elegancia, sus placeres
refinados. Ese centro no existe en sus vidas. No se puede conversar por encima de la
frontera. Sus experiencias vitales son tan radicalmente distintas que no está claro sobre
qué podrían hablar los residentes de uno y otro lado si se conocieran y se detuvieran a
conversar. Como observó Ludwig Wittgenstein, "si los leones pudieran hablar, no los
entenderíamos".


Hay otra diferencia: "los de arriba" tienen la satisfacción de andar por la vida a
voluntad, de elegir sus destinos de acuerdo con los placeres que ofrecen. En cambio, a
"los de abajo" les sucede que los echan una y otra vez del lugar que quisieran ocupar.
(En 1975, la Alta Comisión de la ONU a cargo de los emigrantes por la fuerza -los
refugiados- tenía bajo su cuidado a dos millones de personas. En 1995, la cifra había
trepado a 27 millones.) Si no se mueven, a veces les quitan el piso de bajo los pies, lo
cual es otra forma de estar en movimiento. Si se lanzan a la ruta, en la mayoría de los
casos su destino es elegido por otros; rara vez es agradable, y el placer no es uno de los
criterios de elección. Tal vez ocupen un lugar muy desagradable que abandonarían con
gusto, si no fuera porque no tienen dónde ir y difícilmente los recibirán de buen grado allí
donde decidan instalar campamento.