martes, 29 de enero de 2008

Sobre las dudas que produce la inquietud vital

Enigmática e inquietante tiene que ser mi situación vital para que no produzca ningún resabio moralizante. Yo, soy un hombre de mi tiempo, de estos tiempos en los que prácticamente existe de todo pero que no todos podemos disfrutar, por esta razón todo gira en torno a: la insatisfacción, la falta de coraje para vivir en libertad -frustración proyectada para bien o para mal en los demás-, la angustia ante una identidad incierta y siempre mutable, la ausencia de autocrítica y la evasión de la responsabilidad.

miércoles, 23 de enero de 2008

Tinto en Restrepo

Yo no tengo casa. La mesera me trae el tinto, el tintico, mientras miro a la calle y a los universitarios. Si no fuera tan bueno el café aquí, mejor pediría una Corona o una Club Colombia, o una copa de esos vinos chilenos de deshecho que vienen en tetra-brick y que resultan ser de lo más costo-efectivos. El otro día en un Éxito vi unas botellas de vino nacional, me dio curiosidad mercar una para degustar un vino tropicalón pero desistí en la intentona de despilfarrar en un líquido que probablemente sirviera mejor para limpiar plata. También había unos tetra-bricks de algo que supuestamente era tequila, la nostalgia es cabrona pero no tanto, además no eran mexicanos y ya con la experiencia previa de haberme hecho mierda el estómago con un seudotequila jalisciense envasado en un bote de plástico a uno se le quitan las ganas de ser tan audaz. Si hubiera Don Julio o Jimador o algo más decente, estaría feliz emborrachando a mis maestros sudamericanos. Pero el tinto es bueno, nada comparable a las aguas de calcetín o a las cenizas revueltas que se toma uno en los Vips o en los Sanborn’s o cafeterías similares. En mis otras casas, en la casa que no tengo. Estudiar para los exámenes mientras las meseras te miran mal porque ya llevas seis horas y sólo has pedido un café, un café que después de dos horas ya ni pruebas, que vas a los baños y lo tiras en los mingitorios para regresar y pedir más cafecito, por favor y tengas la opción de seguir haciéndote pendejo en la silla mientras te haces pedazos para decifrar cómo carajos el autor llegó de una ecuación a otra. Y rayas en las servilletas, en la parte de atrás del mantel, y rayarías por las paredes tu intento de demostración si es que tuvieras paredes propias que rayar y un piso para sentarte a ver cómo se van derivando las funciones por la pintura vinílica y se quiebra una integral de línea con tau como variable tonta en el vértice del muro.

Luis Felipe G. Lomelí

jueves, 10 de enero de 2008

Reflexión de Andrés Caicedo

"...son todos pensamientos que podrían, en caso de golpearme más duro de lo que ahora lo hacen, ayudarme a decidir, por puro espíritu de conservación, en lo mal que estoy, en lo alejado que me he puesto yo de mi propio corazón. Mi corazón ya no sabe cómo responder a estímulos, alegrías, aceleres, depresiones, que son completa, perversamente nuevas, que no están en mí, pero actúa el corazón y no me deja morir todavía, actúa pero regaña y traquea, y yo siento que la sangre que me manda a cada uno de los extremos de mi cuerpo es sangre hecha odio y remordimiento, y por eso es que me canso tanto, por eso es que sudo esa agua de café en los mediodías y en el trabajo: mi corazón ya no me reconoce, y se averguenza de él."

Andres Caicedo
1951 - 1977
Escritor colombiano

martes, 8 de enero de 2008

Crímenes ejemplares

En "Crímenes ejemplares" Max Aub escribió una serie de micro relatos que brillan por su sencillez. El redescubrimiento de esta pequeña joya de la literatura mexicana, encierra en pequeñas historias no sólo la genialidad del autor sino también una buena parte de la idiosincrasia mexicana sobre la muerte, o mejor dicho sobre el matar; dar muerte por error, impulso, enojo, amor e incluso por placer.

Los relatos son en sí mismos la confesión de los criminales, ellos y sólo ellos explican la razón por la que mataron, no para dar lástima ni mucho menos, ya que a veces poseen una humildad abrupta e irreverente, sino para demostrarnos que tanto ellos como nosotros somos tan mediocres que cometemos las cosas por la simple voluntad de querer hacerlo. He aqui algunos de los crímenes ejemplares de Aub:

- Lo maté porque habló mal de Juan Álvarez, que es muy mi amigo y porque me consta que lo que decía era una gran mentira.

- SOY PELUQUERO. Es cosa que le sucede a cualquiera. Hasta me atrevo a decir que soy buen peluquero. Cada uno tiene sus manías. A mí me molestan los granos.

Sucedió así: me puse a afeitar tranquilamente, enjaboné con destreza, afilé mi navaja en el asentador, la suavicé en la palma de mi mano. ¡Yo soy un buen barbero! ¡Nunca he desollado a nadie! Además aquel hombre no tenía la barba muy cerrada. Pero tenía granos. Reconozco que aquellos barritos no tenían nada de particular. Pero a mí me molestan, me ponen nervioso, me revuelven la sangre. Me llevé el primero por delante, sin mayor daño; el segundo sangró por la base. No sé que me sucedió entonces, pero creo que fue cosa natural, agrandé la herida y luego, sin poderlo remediar, de un tajo, le cercené la cabeza.

- -UN POQUITO MÁS.
-No podía decir que no. Y no puedo sufrir el arroz.
-Si no repite otra vez, creeré que no le gusta.
Yo no tenía ninguna confianza en aquella casa. Y quería conseguir un favor. Ya casi lo tenía en la mano. Pero aquel arroz...!E insistía empalagosa!.
-Un poco más.
-Un poquitín más.
Estaba empachado. Sentí que iba a vomitar. Entonces no tuve más remedio que hacerlo. La pobre señora se quedó con los ojos abiertos para siempre.

- ¿USTEDES NO HAN TENIDO nunca ganas de asesinar a un vendedor de lotería, cuando se ponen pesados, pegajosos, suplicantes? Yo lo hice en nombre de todos.

- NO PUEDO TOCAR el terciopelo. Tengo alergia al terciopelo. Ahora mismo se me eriza la piel al nombrarlo. No sé por qué salió aquello en la conversación. Aquel hombre tan redicho no creía más que en la satisfacción de sus gustos. No sé de dónde sacó un trozo de aquel maldito terciopelo y empezó a restregármelo por lo cachetes, por el cogote, por las narices. Fue lo último que hizo.

- LO MATÉ porque me dolía la cabeza. Y él venga a hablar, sin parar, sin descanso, de cosas que me tenían completamente sin cuidado. La verdad, aunque me hubiesen importado. Antes, mire mi reloj seis veces, descaradamente: no hizo caso. Creo que es una atenuante muy de tenerse en cuenta.

- ERRATA.
Donde dice:
La maté porque era mía.
Debe decir:
La maté porque no era mía.

Israel