sábado, 21 de febrero de 2009

Marina (VI)


...y dijiste:


- Estoy pedo, he bebido mucho y sólo quiero bailar. Tú lo harás, baila conmigo mi mexicanito de porte serio, porque hace mucho que no sentía la desazón que siento esta noche y que no se cómo pero parece que me consume cada vez más y más, y porque no tengo con quién hacerlo, el imbécil de mi curro no está aquí…baila conmigo, me gusta mucho tu boca, ¡ aaaahhh !, hace tanto tiempo que no me sentía tan feliz -. A lo que yo respondía casi mecánicamente con un simple “okey, okey”. Después de mis aventuras nocturnas, sabía que por las noches las muchachas españolas abren sus fauces y devoran lo primero que encuentran en su camino. El resto ya lo sabes, al minuto de decirte mi último “okey” me besaste y yo lo único que hice fue dejarme llevar, según avanzaban las canciones nos besábamos más y más hasta que me propusiste ir a tu casa. Hicimos el amor dos veces y así durante todos los días de los siguientes tres meses, ya para esas fechas nos escribíamos mensajes tipo “Los enamorados son como los sonámbulos: no ven sólo con los ojos”, ¿Lo recuerdas Marina? ¡Era demasiado bonito!. El tiempo parecía detenerse y con ello mi vida, por que la tuya siguió igual: trabajo, salidas los fines de semana con tus amigos y novio consorte de lunes a jueves. No me quejo, lo volvería a hacer una y otra vez sin pensarlo, pero esa radicalidad mía por joder los formalismos y tu falta de sensibilidad nos llevó a ni siquiera dirigirnos la palabra, a lo que somos ahora.


Me tengo que ir, la jornada empieza ya, no tengo ninguna gana de ir al pinche restaurante, la rutina me esta haciendo añicos el ánimo. Esta carta no es un monólogo, no sé si tiene algo que ver con el amor aunque si con lo cotidiano o lo extraordinario, según se mire. Estaba pensando en decir algo muy profundo tipo: "la soledad es mi mejor amigo" incluso mejor decirlo en francés: "a solitude est mon meilleur ami", por eso que decías que esa lengua siempre suena más seria; incluso lo banal en francés suena maravilloso. Me voy Marina, yo no me he inventado tu nombre para darme uno propio, porque cada uno es el protagonista de su propia novela. Lo tuyo y lo mío, cada uno a su manera tal vez, pudo ser mejor, pero que se le va ha hacer.


sábado, 7 de febrero de 2009

Marina (V)

Creo que me he equivocado, sí que creo saber a dónde quiero ir, quiero volver al pasado, quiero retroceder en el tiempo e ir a la noche en la que nos conocimos ¿la recuerdas?. Te conocí en “El pecado”, no por la transgresión y el defecto -que vendrían después- sino por que era el único bar que permanecía abierto hasta el amanecer todos los martes, cuando empezaban a llegar los taxistas. Recuerdo que ese día estuviste bebiendo margaritas con tus amigos en el restaurante, el cubano no dejo pasar la oportunidad y empezó a charlar con Celia y a decirle lo mismo que a todas: que bonito se vería su figura reposando en las playas de Varadero; que ella podría caminar a mitad de la noche y él la encontraría por el brillo de sus ojos y demás pleonasmos que llegué a memorizar. Mientras, yo iba y venía de la barra a la cocina y apenas pude cruzar palabras contigo y con tus animados colegas que disfrutaban de lo que es ser un joven profesional urbano en una ciudad como Madrid mientras hablaban mal de un tercero que obviamente no estaba entre ustedes. He de reconocer que no me impresionaste.


Fin de jornada y dado que la técnica “playa cubana” había funcionado nos dirigimos derechito a “El pecado”. Yo me sentía cansado pero aun así me decidí a seguirlos, no quería llegar al sitio donde vivo y ver las películas pornográficas de la madrugada como solía hacer antes de conocerte. Tras la repartición de bebidas yo me tumbe en el sofá más próximo y me encerré en mi mutismo de siempre, en realidad era hartazgo nocturno, y veía como los grupos se entremezclaban al compás del afro-beat que sonaba en el bar. A medida que la noche se consumía, tú te sentaste a mi lado y dijiste - ¡Qué carácter! – con esa sonrisa de chica inocente, yo no pude sino contestar – ¿De qué hablas? -. Charlamos sobre menudencias e intercambiamos información vital, sobre todo del tema laboral y del stress que produce cuando lo tienes y de lo aburrido que resulta no tenerlo. Acto seguido me invitaste a bailar porque ya era muy tarde y nadie te lo había pedido, yo acepté más que nada por educación que por otra cosa. Fue a partir de ese momento, en que me pediste que bailara a la mexican way of life, es decir, muy pegaditos el uno del otro, en el que me di cuenta que eras guapa y que estabas muy susceptible en cuanto al cariño masculino, si de entrada me hubieras dicho que el chico aquel primero te dijo que sí y después que no, mi reacción hubiera sido la misma. Cuando yo estaba hablando sobre lo difícil que me resultaba seguir tu ritmo, me tapaste la boca con la mano izquierda y dijiste: