lunes, 26 de octubre de 2009

Café con leche light 0.1%

-¡Jo tía! ¿Te digo que él empezó todo! ¡Yo no soy una marioneta!– dijo Ana a Carolina con un tono vehemente, reafirmativo, de esos que tratan de inyectar confianza en uno mismo. Mientras tanto, el camarero servía dos cafés: un cortado y otro con leche, ambos serán endulzados con un único sobre de sacarina y servidos con leche light 0.1%.

Ana siguió explicándole a Carolina su última conquista, -Claro que sabía que el no era el más guapo del club, pero qué quieres tía, llevo tres meses sola-, echo su espalda hacía atrás y su cintura hacía delante, como si quisiera escurrirse. Su amiga la veía con atención y le dijo -¿Tú sabes quién es él, no?-. Ana se reincorporó, la miro a los ojos y sin exaltarse le dijo que sólo sabía que era el ex novio de María, su compañera de trabajo y amiga –ahora distante- desde los años del instituto.

Ante tal anuncio le dejó en claro que a ella, cuando busca a un hombre en un bar a mitad de la noche, no le importa con quien haya estado sino que cumpla con lo que llamaba “los deberes primarios de cada hombre”, ante la falta de significado de ese concepto, Carolina se sorprendió, arqueó un poco las cejas y pregunto qué era eso; -que sepa follarme bien sin dejarme mallugaduras en la cintura y en el cuello- dijo Ana sin inmutarse, miraba hacía ningún punto de la calle y su amiga hacía las puertas de los servicios.

-¿Y tú crees qué eso es normal? ¿No te estás pasando un poco?- dijo Carolina antes de terminar de un sorbo largo su café.

-¿Qué no es normal? ¿Qué me lleve a un tío a casa?-, Ana no se exaltó al decir esto pero sabía por donde venían las preguntas de Carolina, con un tono más ligero dijo: –Caro, guapa, tú y yo somos chicas independientes, libres, modernas, de nuestro tiempo sabes, es decir, si viviéramos en Nueva York seríamos como Sara Jessica Parker. Sí a mi me gusta un tío, aunque sepa que ya tuvo sus minutos de fama con otra, me da igual, lo hago y punto-.

-¡Tía! ¡Pero es que van ocho desde que lo dejaste con Miguel!-, su amiga ya no sabía como decirle que estaba desfasando un poco. –A veces creo que para ti la vida se ha vuelto una es una marcha a contrarreloj, te agobias porque la semana no termina y una vez que llega el finde todo es quedar, cenas, fiestorros, copas y últimamente hombres-, Carolina pareciera que se había envalentonado, pero al ver las lágrimas de su amiga detuvo su crítica no constructiva y aspiró hondo por la nariz. –No llores Ana, al final a todas las treintañeras nos han vendido el cuento de compaginar la búsqueda del príncipe azul con la vida independiente-. Sin limpiarse las lágrimas, Ana bajo la mirada y como si de una niña regañada se tratase, miró atentamente la taza de su café, sólo había tomado un sorbo y dijo –esto no tiene leche light 0.1%-.

jueves, 22 de octubre de 2009

Reflexión en torno a la obra de arte o de cómo el ser escritor generalmente desemboca en el idiotismo ilustrado.


¿Deben ser los escritores la guía moral de la sociedad? ¿Tienen los artistas una responsabilidad moral por lo reflejado en sus obras, o por cómo se utilicen?. Para mí, mis estimados fotologuers, la cuestión es simple: la creación artística y literaria debe sumergirse en temas escabrosos; debe hurgar la psicología de seres humanos imaginarios o de carne y hueso; debe tratar nuestros delirios, razones, desvarios y motivaciones más hondas; no debe empeñarse en crear mundos o ficciones –edificantes o no- que no inquieten a los consumidores/espectadores/lectores; debe estimular, mitificar o imitar conductas reprobables, porque al final es uno mismo, y sólo uno mismo, quien le da sentido a la cuestión. No obedezcan a las vacas sagradas, son idiotas ilustrados. He dicho.

martes, 6 de octubre de 2009

Colombia ceronueve

Locombia, cocalombia, chibchombia, malformaciones lingüísticas para describir a un país inverosímil, bello y eterno: Colombia. Regreso de mi primer viaje a una gran urbe latinoamericana cargado de buena onda e ilusiones y me invade esa sensación de paz que implica el volver a un sitio donde al menos, la estabilidad está garantizada. He conocido a gente entrañable y he estado en sitios únicos; gente por la que apostaría mi confianza y lugares en los que sólo se puede soñar, es más, incluso me atrevería a decir que me mimeticé con el ambiente. Pero es quizás esto lo que más me preocupa, los colombianos –los que no son narcos o guerrilleros, criminales que se escudan bajo cualquier consigna, o políticos de cualquier color- son gente noble y amable, y en el vía crucis que implica vivir en ciudades aceleradas como Bogotá, es donde radica su cruz y su penitencia. Generalmente, su extrema amabilidad en el habla y en los modales cotidianos, se convierte en amargura cuando se le incita y ofrece al foráneo cosas que no requiere, que ya tiene o que simplemente no desea tener, con el inconveniente de que –generalmente- el rechazo involuntario lacera las buenas intenciones de los locales. Aunque sinceramente, a estas alturas, creo que los colombianos ya estarán acostumbrados al rechazo buenechón y sincero.

Bogotá merece mención aparte; la capital es densa, compleja, es un crisol de contrastes tan gráficos que hacen que el sentido trágico de lo social se diluya en el día a día, por eso los que viven ahí no se dan cuenta del tráfico estrambótico que sufren y se encuentran inmunizados contra la virulencia que es el contabilizar a dos méndigos por calle en la zona centro, de la Plaza Bolívar a la Torre Colpatria y de la quinta a la 29. Me atrevo a afirmar que Bogotá es la representación más exquisita de las urbes latinoamericanas de hoy en día, por eso, cuando estaba esquivando autobuses colectivos de ímpetu asesino y vendedores ambulantes maliciosos, no podía dejar de pensar en mi amada Ciudad de México.

Cabe añadir algo importante: el realismo mágico –si existe, ya que éste se ha magnificado y se vende como producto de exportación por las instituciones colombianas-, esa agradable farsa que se encuentra fuertemente afianzada en la clase media como un producto de consumo cultural masivo más, se deja sentir cuando a las 2 de la madrugada, caminando por la zona fantasma que es la Plaza de San Vitorino, se vislumbra a parejas de habilidosos jugadores de ajedrez, que en mitad de la noche, mientras se enfrascan en sesudas disputas logísticas para vencer a su adversario, retan a la soledad y al miedo impuestos por los narcos y sus bombas, por los delincuentes que ultrajan lo ajeno sin piedad y matan por el placer de hacer algo; por los ebrios y mendigos que en sus delirios seguramente crean que están en el mejor de los países y que el mundo les hizo así; por los policías ausentes que se vuelven cómplices con su indiferencia ante esta situación.

Colombia no es un paraíso, tiene el encanto que cada uno le da a los lugares que visita y en los que –en mi caso- es bien recibido. Colombia, con sus eternos vaivenes, entre crisis económicas; viendo pasar procesos de paz que no llegan ni a buenas intenciones, entre la pugna eterna entre un gobierno lleno de pillos y maleantes que visten traje y corbata y que dicen que se desviven por la nación; conviviendo con fantasmas reales y cuyos nombres son: narcos, guerrilleros, paracos y demás miembros de movimientos pseudo libertarios; llegó tarde, al igual que el resto de Latinoamérica y como dijo Octavio Paz, al banquete de la modernidad. Tal vez por eso y sirviendo de ejemplo para el resto, es que ha excluido sin misericordia a grandes masas de sus hijos, y a su vez, fabrica ilusiones, alegría y gente noble, porque eso, y al igual que en México, es lo que pasa en los países de segunda con gente de primera.