martes, 16 de noviembre de 2010

El derecho a canibalizar la vida de los demás


En un artículo publicado por Maupassant en junio de 1883 en Gil Blas, inédito hasta hoy en español y recientemente recuperado en una antología de textos, se comenta cierta cuestión que, casi ciento cincuenta años después, no sólo no ha perdido su vigencia sino que parece haber sido escrita al hilo de los acontecimientos más recientes. El diario alemán Bild destapaba el caso haciendo saber que a uno de los mineros chilenos se le había hecho llegar (cuando aún estaba bajo tierra) un contrato por valor de 40.000 dólares a cambio de la exclusividad de sus declaraciones durante 72 horas. La cultura, dice Maupassant, como no podía ser de otra forma, siempre se ha alimentado caníbalmente de las vidas ajenas. Y no digamos los medios. Nuestra fascinación por el biopic, por los poemas (un tanto chuscos) y póstumos de Marilyn, por la confesión, nuestra sed de intimidad ajena, de secreto ajeno, del porno ajeno, pone de manifiesto dos cuestiones claras y en cierto modo contrapuestas; por un lado, que todos nos sentimos con derecho a juzgar y, por otro, que nadie parece saber vivir a derechas su propia vida y necesita devorar cómo otras personas, en el cerco privado de su intimidad, han resuelto lo que no hemos sabido resolver nosotros; el amor, la enfermedad, la soledad o la muerte. Más aún si esas personas han tenido una dimensión pública. Y más aún si se han demostrado poco solventes en esas lides.

Es curioso que Maupassant abogue tan sanamente por el derecho al canibalismo de la cultura. El artista tiene derecho a servirse de todo, a canibalizarlo todo. Cosa muy distinta es que tenga derecho a juzgarlo todo. Misterioso resulta también comprobar que la tan pintoneada sociedad laica, lejos de liberalizar los juicios, los haya promovido con tanta furia. Parece un contrasentido que cuanto más laicos nos hemos vuelto, más se haya desarrollado en nosotros, como sociedad y en todas sus manifestaciones (política, cultural y mediática), una vena moralista. Y como cada vez nos sentimos más acogotados entre lo que es conveniente y no decir, cada vez nos sentimos con más derecho a lapidar en la plaza pública a quien no ha dicho lo conveniente o a quien se ha reído de lo que no debía. "El día que sea posible representar en escena a un obrero deshonesto el teatro francés habrá demostrado su mayoría de edad", escribió Flaubert a Colette. Tanto se podría decir del cine español. El día en el que un artista español no tenga miedo de crear un personaje femenino que haya sufrido maltrato de género y sea, a la vez, una mala persona, habremos dado un paso de gigante, ya no estaremos representando discursos, sino personas. Canibalicemos pues la vida ajena como artistas, pero sin juzgarla, como exige Maupassant, y sin hacer entrar en nuestros libros la realidad a patadas en tres tópicos maltrechos. El canibalismo, tratado así, bien puede convertirse en una de las bellas artes.

Por Andrés Barba.

lunes, 1 de noviembre de 2010

La red social

Recientemente he visto, en la mejor compañía, la película “La red social”. La historia del Facebook, sobre ello les comentaré unas reflexiones muy sintéticas sobre lo que creo del mundo de las redes sociales:

1) El hecho de que se haga una película sobre la “historia” del Facebook es la constatación más conspicua de que vivimos en un tiempo posmoderno, en la que la misma noción de tiempo varía y es tan fugaz como maleable. En la película, te muestran la “historia” de algo que nació hace no más de diez años (2003 en concreto) como si se buscará la complicidad del espectador con algo que ya esta instalado en la sociedad, para mirar hacía atrás juntos y decir ”¡Puf, los orígenes del Facebook, que interesantes!”. El único “viejo” es el creador de Napster, que como bien dice, es uno, sino el principal, responsable de haber revolucionado el mundo de la música. ¿Se puede sentir nostalgia de algo tan nuevo? En los tiempos que corren, sí, somos viejos prematuros, añoramos algo a lo que no le hemos dado tiempo de madurar y analizar con una mirada profunda. Cualquier manifestación artística es una obra maestra por dos cosas: porque supera la prueba del tiempo y porque suele representar algo rupturista. Facebook es lo segundo, pero no lo primero.

2) La vida social parece transcurrir por medio de las redes sociales. Uno de los protagonistas de la película lo dice bien claro y con la prepotencia del necio que se sabe triunfador: antes la gente se relacionaba en su tribu, después en las ciudades, y ahora, lo hace de forma digital, a través de Facebook. Triste pero real. Adiós a la enajenación de la televisión; hasta nunca a los soportes materiales que hacían las delicias de los melómanos. Lo que toca, es vivir a tope la hiperrealidad, el aquí y el ahora siempre a través de Internet, la sociedad del espectáculo de Debord se ha desbordado y nos espera en su nuevo escenario, el Facebook.