domingo, 14 de diciembre de 2008

Marina (III)

Cuando hablaba de eso que le daba felicidad los fines de semana, yo recordaba esos momentos que me hacían feliz junto a ti. Como cuando hicimos nuestra propia tragicomedia en el coche de tu hermano el día que fui a conocer a tus padres. Ya que ha pasado tiempo y que ya no tiene sentido recordarlo, prefiero utilizar la imaginación y recrear ese momento a mi manera. Conducías con prisa y sin pausa porque no querías llegar tarde, desde que salimos de Madrid empezaste con esas frases intermitentes que siempre te acompañan en momentos de tensión, y para calmarte –o contenerte- yo encendí la radio, que funcionaba de forma manual porque era símbolo de la nostalgia de tu hermano hacía los últimos años de la década de los ochenta, y comencé a cambiar de emisora intentando encontrar alguna melodía que te gustara, sin embargo, las emisoras iban pasando y en cada una lo único que lográbamos escuchar eran trozos de canciones, frases sueltas y gags comerciales, entonces súbitamente comenzaste a reír de forma muy leve, como si quisieras esconderme el motivo de tu congratulación, fue justo cuando logré sintonizar esa canción pop que decías que te recordaba a tu novio de instituto, yo no me sorprendía, ya se sabe que la gente con un poco de sensibilidad hace de algunas canciones la banda sonora de su vida y es inevitable que nos evoquen situaciones, ambientes o personas.

Dado que la humillación gratuita es algo que no me gusta, no hice ningún comentario al respecto porque esos pedazos de tu pasado son cosa tuya. Después te dije que si te gustaba esa canción podría dejar esa emisora, tú dijiste que no, que esa podría ser la emisora del pasado y que a veces era mejor invocarlo pero no removerlo, yo no lo entendí muy bien pero te dije que eso no importaba porque el punto es tratar de centrarse en el futuro. No lo hubiera dicho, el exabrupto que tuviste se me ha grabado en la memoria tan nítidamente como la silueta de tu cuerpo. Sin embargo descubrí algo interesante: a través de las canciones que sonaban en la radio podríamos vislumbrar el futuro. Te empecé a hablar sobre el hecho de que si la canción pop que acababa de terminar te recordaba a tu amor de instituto, seguramente la que le seguía te recordará a mí en algún momento. Me dijiste que era una estupidez, y seguramente lo sea, pero desde ese momento yo asocio Wonderwall de Oasis con el gesto burlón que hiciste cuando te dije lo de que el futuro es lo importante. Dado que estaba lo suficientemente nervioso para discutir contigo, opté por mi “estrategia caracol”, la que conocías bien, y que no es otra cosa más que cerrar mi coraza y retraerme en mí mismo, sin decir nada, sin soltar prenda, sin opinar. De repente me dijiste que la advertencia del futuro lo hecha a perder, que era como esos rollos raros míos sobre el Apocalipsis y las trompetas de los ángeles invisibles, tú sabiamente reconocías que el futuro no se puede anunciar y me lo dejabas en claro cuando cambiaste de emisora y de tu boca salió eso de que “el futuro no existe, idiota”.


lunes, 10 de noviembre de 2008

"Buscamos la felicidad, pero sin saber dónde, como los borrachos buscan su casa, sabiendo confusamente que tienen una".

Voltaire

domingo, 12 de octubre de 2008

"...en la literatura se refugian los exiliados, como tú. quiérete tú mucho. disfrútate. enamórate de tí. Las cosas toman su curso, porque uno nunca sabe..."
 
Minerva

lunes, 1 de septiembre de 2008

Marina (II)


Pero sabía que no eras tú, y aún así me quedé quieto, ni siquiera los “hazte a un lado joder”, ni los empujones y los ligeros zarandeos de la gente que se apresuró a entrar al vagón de los seres sudorosos me hicieron reaccionar. Me quedé ahí, de pie, mirando a esa mujer que no era la que yo creía que era, y de nueva cuenta fui consciente de que me inmovilizas. Al reaccionar, una vez que hubieron pasado dos vagones más, me dirigí al restaurante para comenzar la faena de fin de semana, para armarme de valor físico y moral lo primero que hice fue ir a la cocina, escudriñar debajo del lavabo y sacar la “botella de los perdedores” ese brebaje que aun no se qué es pero que sabe agrio y fuerte y que reconforta ante las situaciones difíciles, desde el cansancio corporal hasta las penas del alma. Debes recordar esa botella, te hablé de ella muchas veces, la primera noche que pase contigo bebí unos cuantos tragos, porque también sirve para llevar las alegrías a terrenos supraterrenales. Sin embargo, mis explotados compañeros la llaman así porque generalmente te hace olvidar algo que hayas perdido: la razón, la cordura, la decencia, la moral, las lágrimas, los familiares y sobretodo el amor de una mujer, eso dicen ellos, a mí simplemente me gusta porque me sirve de anestesia contra el dolor, ya sea el que me provoca tú recuerdo como el de estar de pie nueve horas seguidas.

Justo en el momento en el que estaba colocando las cuatro cajas de cerveza que unos indigestos comensales beberán a una salud que no será la mía, llega el cubano y me dice que el jefe pregunto por mí, que ya sabía que si llegaba tarde era mejor que me hiciera pendejo por ahí hasta que el reloj marcara la siguiente hora, porque la que ya había comenzado no me la iba a pagar y sobre eso no aceptaba quejas. Pero me daba igual Marina, a mí ya todo me da igual, por eso dejé de hacer lo que estaba haciendo, me senté sobre el lavavajillas y encendí un cigarro, el cubano se dio cuenta que tenía mala cara y me preguntó que si estaba enfermo, que en esos días era mejor no enfermarse porque sino me pasaría lo que a Charly el limpiador, que no tenía ningún tipo de documento y que cuando le dio la congestión alcohólica aquella en la que estuve presente, le dijeron que tenía que comprarse unos medicamentos muy caros, y bueno, a endeudarse de nuevo. Le conté lo que me había pasado en el metro, porque si bien no era mi amigo, él era uno de esos tantos seres con los que logras conectar por lo que yo llamo agobio empático, espero que lo recuerdes, es básicamente saber que puedes compartir con otro desgracias comunes o parecidas de forma amable, sin réplicas, sin juicios morales sobre lo que está bien o está mal. Me dijo que mi inmovilidad se debía simplemente a que seguía enamorado de ti, yo simplemente acerté con la cabeza y le dije que sí, que seguramente era por eso.

Mientras dejaba secar relucientes sartenes antiadherentes de gran tamaño, me explicaba que estar con una idea –o una chica- siempre en la cabeza no era bueno, que lo mejor era vivir la vida, salir, bailar y follar con quien sea, aunque bueno, ese quien sea para él era la prostituta polaca a la que veía religiosamente cada domingo por la noche, cuando la chica tenía un descanso y ambos se dejaban llevar durante dos horas en un acto sexual en el que todo estaba permitido. Sin preguntas y sin rodeos fornicaban y entre pausa y pausa para recobrar el instinto animal que les movía, él algunas veces creía que su única misión en la vida era dar alegría a los demás, yo creo que sí, por que algunas veces, sin que él se diera cuenta, la chica le metía un billete de 20 euros en el bolsillo trasero del pantalón.

sábado, 26 de julio de 2008

Marina

No se muy bien por qué te escribo de nuevo Marina. No lo se, por qué estoy seguro que de aquí no saldrá nada fructífero ni provechoso, más bien, cosas sin sentido sazonadas por ese gusto mío de querer remover el pasado de forma irreverente, es como estar en un depósito de muertos, coger un bisturí y molestar a base de picotazos a un cuerpo recién fallecido, sólo para ver que no pasará nada. Pero siento la necesidad de hacerlo, no estoy borracho como la vez anterior, no te iré a buscar a la salida de tu trabajo para pedirte que me perdones por enésima vez ni para decirte que nuestro futuro será glorioso, de eso estoy seguro, primero porque ya me he convencido de que el futuro no existe y segundo porque no volveré a buscarte nunca más.

Sin embargo, aquí estoy de nuevo, sentado en la mesa del salón del cuchitril que tengo por casa, sintiendo un dolor descomunal en los píes, el cual no es culpa tuya ni de tu recuerdo, sino que se debe a la faena que supone el ir y venir de una mesa a otra para atender a gente bonita y perfumada cuyos problemas se reducen a escoger un vino gran reserva o un tempranillo chileno. No quería hacerlo, pero está tarde me sucedió algo que me hizo pensar en ti el resto del día, a pesar de que ya me lo había prometido en el último gran festival del desamor que celebré en compañía de otros desdichados hace cuatro días. Sí, sigo bebiendo cuando me viene la gana y para intentar mitigar la melancolía, esa gran puta que reclama ese cachito de memoria de vez en cuando. Lo que me pasó esta tarde, al igual que el resto de las cosas de nuestra relación casi no tiene que ver contigo, simplemente sucedió. Estaba en el andén del metro esperando a que llegara un vagón intestado de africanos y sudamericanos sudorosos, esos que no te gustaban porque decías que siempre olían un poco mal ¿les recuerdas?, siguen por ahí y dicen en la televisión que cada vez son más, en fin, en ese vagón que transportaba a esos seres que trabajan diez horas diarias levantando edificios, estaba una chica de tu estatura y complexión, leyendo un libro e ignorando a los demás para concentrarse en su lectura con una vehemencia que pareciera que lo que esperaba fuera abstraerse del mundo exterior, como tú Marina. Al verla me quedé helado, no pude moverme ni responder, ese sudor frío que sienten los cobardes cuando saben que tienen miedo me invadía desde los muslos hasta la punta de los dedos de las manos. Te vi, o creí ver a esa criatura celestial que guardaba gran parecido contigo: ambas manos sosteniendo firmemente el libro; el bolso en el suelo para aligerar un poco la carga del sopor laboral; una falda levi´s justo por encima de las rodillas, el pelo recogido firmemente con dos broches plateados que te dejaban las orejas descubiertas, esas que alguna vez lamía sin cesar porque sabía que eran parte esencial de tus orgasmos; la blusa roja que te regale junto a la primera carta que te escribí y que decías que te gustaba usarla sin sujetador porque era una herramienta para seducirme rápidamente; las piernas, robustas y blancas, firmes como dos pilares.

martes, 1 de julio de 2008

intruso, latoso, molesto...

El inmigrante está visto como un atopos, es decir, un sin lugar, un desterrado, un inclasificable, ni es ciudadano ni es extranjero, ni está al lado de si mismo ni al lado del otro, esta fuera de si, se ubica en ese espacio bastardo del cual habló Platón: esa frontera del ser y del no ser social; desterrrado en el sentido de impertinente e intruso, latoso, molesto, estorbo, que genera dificultades, hasta tal punto que la ciencia encuentra obstáculos en pensar la inmigración, y cae siempre sin mucha conciencia de ello en los tópicos del discurso oficial que reproduce muchas veces un discurso criminalizador racista y xenófobo.

Generalmente este discurso explota la idea de rechazo al extranjero mediante una falsa ecuación que identifica inmigración con desempleo, delincuencia, e inseguridad ciudadana.

Doblemente rechazado en su sociedad de origen y en la sociedad de acogida, nos obligan a replantear por completo los fundamentos de la ciudadanía y la relación entre el ciudadano y el estado. La nación o la nacionalidad. Doblemente ausente del lugar de origen y del lugar de acogida, nos lleva a criticar las actitudes de rechazo tomando al estado como máxima expresión de la nación. Rechazo que pretende fundar la ciudadanía sobre la falsa generosidad asimiladora de la educación y esconder un chauvinismo universal.

El inmigrante en la tierra del exilio no es más que una persona desarraigada, despojada de toda ubicación en el espacio social.

Prólogo de Pierre Bourdieu a la obra de Abdemalek Sayad:"La doble ausencia. De las ilusiones del emigrado a los sufrimientos del emigrante"

viernes, 13 de junio de 2008

Elegante y vulgar

Este parrafo refleja en pocas palabras mi visión sobre el 99 % de las cosas:


"Los elegantes viajan sin moverse. Los vulgares se mueven y no viajan. Los elegantes no se enamoran. Los vulgares creen hacerlo. Los elegantes son indiferentes. Los vulgares resentidos. Los elegantes consumen drogas. Los vulgares con la misma intensidad que las atacan. Los elegantes no acuden a las urnas. Los vulgares sin falta. Los elegantes sueñan en cuarta dimensión. Los vulgares no se acuerdan de sus sueños. Los elegantes ríen a sus muertos. Los vulgares los lloran. Los elegantes no hacen cola. Los vulgares es lo único que tienen. Los elegantes sonríen. Los vulgares fingen. Los elegantes no usan perfumes. Los vulgares se bañan diario. Los elegantes susurran. Los vulgares gritan. Los elegantes se embriagan. Los vulgares se emborrachan. Los elegantes menean la cabeza frente a las guerras. Los vulgares las hacen. Los elegantes hacen el amor. Los vulgares fornican. Los elegantes ven la vida a color. Los vulgares en blanco y negro. Los elegantes le rinden culto al sol. Los vulgares se insolan con su contacto. Los elegantes no se aburren con la poesía . Los vulgares la creen divina. Los elegantes viven el momento. Los vulgares se sienten culpables."

(Extraído de http://www.fotolog.com/elmenoresfuerzo/32265607)

israel

lunes, 26 de mayo de 2008

Soy sociólogo

Existe un chiste entre los estudiantes de sociología que dice más o menos así:
Un sociólogo decide emprender un viaje a lo largo y ancho del país para conocer la "realidad social" de primera mano, alejado de tabúes teóricos e ideas macroscópicas. Sale de la ciudad y va por el campo. Se detiene a descansar después de cuatro horas de conducción y ve en la lejanía a un pastor con su rebaño y se dice a sí mismo que este es el momento de poner en práctica la supremacía intelectual de la sociología. Se acerca al ciudadano rural y le dice:
- Buenas tardes, mire, yo le puedo decir cuantas ovejas tiene sin necesidad de contarlas - se jacta con pose napoleónica.
- ¡No puede ser! - dice el pastor anodadado.
- ¡Sí señor!, es más, incluso le apuesto una de sus ovejas, espere un momento - va el sociólogo a su coche, saca un ordenador portátil, un teléfono móvil y un par de hojas con apuntes de sociología rural. Llama a un amigo que se dedica al estudio teórico de la desaceleración socioeconómica estructural entre el campo y la ciudad y a otro que trabaja en el ministerio de agricultura. Hace apuntes y cita a algunos autores franceses. Al cabo de veinte minutos vuelve con el pastor y le espeta:
- ¡Usted tiene 32 ovejas! - a la vez que se inclinaba para coger a uno de los animales.
- ¡Cosa del diablo! ¿Cómo es posible? - gritaba el pastor mientras se secaba el sudor de la frente.
- ¡ah, secreto profesional! - decía el sociólogo mientras se disponía a seguir con su periplo de turismo sociológico.
- ¡Espere! - digo el pastor. - Usted gano la apuesta, no se lo niego, pero le juego la oveja que se llevo y lo que traiga en el bolsillo a que puedo adivinar su profesión -.
- ¡Perfecto! - digo el profesional de la ciencias sociales pensando en la maravilloso que sería cocinar a fuego lento a otra oveja y en el remotísimo hecho de que el campesino supiera lo que era.
- ¡Usted es sociólogo! - dijo tocándose la nuca en tono humilde.
- ¡Qué! ¿Pero cómo es posible? ¿Cómo lo supo si no le he dado mi tarjeta? - dijo estupefacto.
- Pues es muy fácil, pero le va a costar ese teléfono sin cables que utilizó hace un momento - ese teléfono sin cables era de última generación y le había costado al sociólogo una semana entera de trabajo.
- Sí, sí, lo que sea, ¡pero dígame cómo lo supo! - dijo exaltado olvidándose de todo lo demás.
- Pues muy fácil hombre, mire, primero: porque vino a ofrecerse para algo sin que le llamaran; segundo: me dió información que yo ya sabía; tercero: porque obtener esa información le llevo más tiempo que si lo hubiera hecho manualmente; cuarto: porque esa información no me sirve para nada y quinto: porque en lugar de llevarse a una oveja se está llevando a mi perro, ¡idiota!.
Algunas veces es bueno reírse de uno mismo.

lunes, 12 de mayo de 2008

El reino potencialmente tranquilo

Ayer te vi allí parado
Con la mano contra el cristal
Mirando por la ventana
La lluvia

Y quería decirte
Que tus lágrimas no eran en vano
Pero me imagino que ambos sabíamos
Que nunca seríamos los mismos
Nunca sería lo mismo

¿Por qué tenemos que guardarnos estos sentimientos?
Los leones y los corderos deben tolerarse

Quizás algún día seamos lo suficientemente fuertes
Como para reconstruirlo
Reconstruir el reino potencialmente tranquilo
De nuevo
Reconstruirlo de nuevo

¿Por qué tenemos que guardarnos estos sentimientos?
Los leones y los corderos deben tolerarse

Quizás algún día seamos lo suficientemente fuertes
Como para reconstruirlo
Reconstruir el reino potencialmente tranquilo
De nuevo
Quizás algún día seamos lo suficientemente fuertes
Como para reconstruirlo
Reconstruir el reino potencailmente tranquilo
Reconstruirlo de nuevo

Reconstruir el reino potencailmente tranquilo
Reconstruirlo de nuevo









Tomo prestadas tus palabras Patti Smith.

domingo, 4 de mayo de 2008

Mayo de 1968: la ilusión del siglo XX

Cuando Theodor Adorno fue consultado en 1969, acerca de su postura en los movimientos estudiantiles del año anterior, en concreto el de París y el de Praga, él sorpresivamente para sus interlocutores (quienes presuponían la asunción por parte de Adorno del liderazgo intelectual de dichas manifestaciones) despotricó contra el movimiento; alegaba la incapacidad teórica de los propios activistas, su ignorancia y la nula oportunidad que presentaban las circunstancias para una transformación social de fondo.

¿Cómo podía ser posible que Adorno, la gran figura rebelde sobreviviente del Instituto de Investigaciones Sociales (después de la desaparición de Max Horkheimer) negara ahora la posibilidad del cambio social? ¿A eso había llegado ya el desarrollo de la teoría marxista, que siempre pugnó por una sociedad cualitativa y cuantitativamente distinta? Los argumentos de Theodor Adorno para rechazar las pretensiones del movimiento estudiantil por la revolución social se apoyaban en premisas que él siempre defendió; no era para él extraño el surgimiento de una nueva fuerza política que, así fuera motivada por la injusticia, lograría cambios sociales y se instalaría en el poder por puro voluntarismo, sin orientación, y encaminada finalmente, a la barbarie.


jueves, 24 de abril de 2008

Its Monk´s Time

- Sí, ese me lo trajo mi tío de Estados Unidos - dijo Nair de forma algo tajante. - No se que es lo que le pasaba a esa gente durante esos años, ni me interesa comprenderlo, solamente se que me gusta escucharles y dejarme llevar por el ritmo - seguía argumentando su interés por el bebop, ahora con su tono de voz normal, que era suave y lineal, ese que encantaba a Marcus, quien no podía dejar de mirar las manos de ella mientras tocaban -casi a modo de susurro- las portadas de su querida colección de discos. - mmmm, dime pequeña ¿has escuchado a Thelonious Monk? - ella respondió negativamente moviendo su cabeza de izquierda a derecha, - pues prepárate, porque esta noche será especial- dijo él mientras empezaban a sonar las primeras notas de Its Monk´s Time.

miércoles, 2 de abril de 2008

irse (2)

Estaba decidido a traspasar fronteras, no una ni dos, sino muchas, las que fueran, las que se cruzaran en mi camino, eso era lo único que pensaba la noche en que me fui. No sabría dónde o cómo ubicar el nacimiento de la idea de emigrar, aunque si hago un ejercicio de reflexión retrospectiva –difícil cuando la hace uno mismo sobretodo- creo que fue gracias a las clases del doctor Herrera. Él, profesor universitario y amante insaciable de la cultura europea, nos decía en la facultad de humanidades que poco podíamos hacer en una sociedad donde no se aprecia el talento de los jóvenes humanistas, que lo mejor era irse y jugar a ser un bohemio en las calles de París o de Londres, que desafiáramos el destino y nos inventáramos una excusa para salir de la cloaca nacional, tal y como el no lo hizo porque se lo impidió una boda fortuita y el peso de su entorno familiar.

A partir de ahí, la idea de salir y viajar se apoderó de mi porvenir, no pensaba en nada más, no quería conocer a una chica guapa que me atrapara entre sus redes y que me hiciera conjugar el verbo querer en el lenguaje del amor juvenil. Pensaba, hacía planes, ahorraba dinero. Por las noches, antes de dormir intentaba memorizar los usos y costumbres de los países que me interesaban, me veía a mí mismo recorriendo las calles que alguna vez pisaron todos los escritores que leía. Supongo que todo esto se alimentó, cual vil copo de nieve que desciende por una montaña nevada y que termina convirtiéndose en avalancha, por mis ansias de no querer ser como la gente de mi alrededor, en especial de mi familia, los cuáles no creían que el sol se pusiera más allá del enorme cerro que adorna mi ciudad natal. Con el tiempo me daría cuenta de que me equivocaba; la sangre es la sangre, por más campechano que se escuche, y no hay nada que la pueda disipar del todo a lo largo de nuestra existencia.

lunes, 17 de marzo de 2008

irse

Las fronteras son metáforas. Existen sin existir porque ante todo son invenciones de uno mismo. Esta era una de las ideas que rondaban en mi cabeza el día que me fui, por supuesto, no era la única ni la última, ni siquiera la más inocua. Desde hacía muchos meses todo yo era una fábrica de quimeras que se esforzaban en convertirse en explicaciones viables sobre el por qué irse, sobre por qué convertirse en un inmigrante en un mundo que es pródigo en el movimiento de capitales pero no de personas; sabía que los primeros no conocen fronteras, las traspasan a su antojo, mientras que para las segundas, cruzarlas se convierte muchas veces en un viaje de tintes épicos. Me gustaría pensar que las sentía como la parcela que encerraba mi futuro, sabía que estaban ahí, pero no quería verlas, me parecían insondables, eran algo así como fantasías que dejaban de serlo cuando el policía fronterizo en cuestión te pregunta sobre tu destino, echa un vistazo rápido a tu pasaporte –vistazo que depende de la apariencia que tengas y de lo que ésta transmita-, te pone un sello y te dice que te puedes ir, que si quieres irte haya tú y tus circunstancias.

lunes, 25 de febrero de 2008

declaración de intenciones

Jack Kerouac escribió en 1962:

“basta de excesos y disipación, ha llegado el momento de contemplar tranquilo el mundo e incluso gozar de él, primero en bosques como éste, y luego hablar y caminar serenamente entre la gente del mundo, basta de alcohol, basta de drogas, basta de fiestas, basta de encuentros con beatniks y borrachos y heroinómanos y todos los demás, basta de preguntarme Oh, por qué me tortura Dios, es decir, ser entonces un hombre solitario, viajar, hablar únicamente con los mozos, sí, en Milán, París, hablar nada más que con los mozos, pasear, sin ninguna angustia autoimpuesta… ha llegado el momento de pensar y contemplar, de concentrarse en el hecho de que después de todo la superficie del mundo tal como lo conocemos ahora será tapada con el sedimento de un millón de años… Sí, por eso, más soledad”

Una buena declaración de intenciones.

lunes, 18 de febrero de 2008

Yo no quiero más luz que tu cuerpo ante el mío

Yo no quiero más luz que tu cuerpo ante el mío:
claridad absoluta, transparencia redonda.
Limpidez cuya extraña, como el fondo del río,
con el tiempo se afirma, con la sangre se ahonda..

¿Qué lucientes materias duraderas te han hecho,
corazón de alborada, carnación matutina?
Yo no quiero más día que el que exhala tu pecho.
Tu sangre es la mañana que jamás se termina.

No hay más luz que tu cuerpo, no hay más sol: todo ocaso.
Yo no veo las cosas a otra luz que tu frente.
La otra luz es fantasma, nada más, de tu paso.
Tu insondable mirada nunca gira al poniente.

Claridad sin posible declinar. Suma esencia
del fulgor que ni cede ni abandona la cumbre.
Juventud. Limpidez. Claridad. Transparencia
acercando los astros más lejanos de lumbre.

Claro cuerpo moreno de calor fecundante.
Hierba negra el origen; hierba negra las sienes.
Trago negro los ojos, la mirada distante.
Día azul. Noche clara. Sombra clara que vienes.

Yo no quiero más luz que tu sombra dorada
donde brotan anillos de una hierba sombría.
En mi sangre, fielmente por tu cuerpo abrasada,
para siempre es de noche: para siempre es de día.


Miguel Hernández

martes, 29 de enero de 2008

Sobre las dudas que produce la inquietud vital

Enigmática e inquietante tiene que ser mi situación vital para que no produzca ningún resabio moralizante. Yo, soy un hombre de mi tiempo, de estos tiempos en los que prácticamente existe de todo pero que no todos podemos disfrutar, por esta razón todo gira en torno a: la insatisfacción, la falta de coraje para vivir en libertad -frustración proyectada para bien o para mal en los demás-, la angustia ante una identidad incierta y siempre mutable, la ausencia de autocrítica y la evasión de la responsabilidad.

miércoles, 23 de enero de 2008

Tinto en Restrepo

Yo no tengo casa. La mesera me trae el tinto, el tintico, mientras miro a la calle y a los universitarios. Si no fuera tan bueno el café aquí, mejor pediría una Corona o una Club Colombia, o una copa de esos vinos chilenos de deshecho que vienen en tetra-brick y que resultan ser de lo más costo-efectivos. El otro día en un Éxito vi unas botellas de vino nacional, me dio curiosidad mercar una para degustar un vino tropicalón pero desistí en la intentona de despilfarrar en un líquido que probablemente sirviera mejor para limpiar plata. También había unos tetra-bricks de algo que supuestamente era tequila, la nostalgia es cabrona pero no tanto, además no eran mexicanos y ya con la experiencia previa de haberme hecho mierda el estómago con un seudotequila jalisciense envasado en un bote de plástico a uno se le quitan las ganas de ser tan audaz. Si hubiera Don Julio o Jimador o algo más decente, estaría feliz emborrachando a mis maestros sudamericanos. Pero el tinto es bueno, nada comparable a las aguas de calcetín o a las cenizas revueltas que se toma uno en los Vips o en los Sanborn’s o cafeterías similares. En mis otras casas, en la casa que no tengo. Estudiar para los exámenes mientras las meseras te miran mal porque ya llevas seis horas y sólo has pedido un café, un café que después de dos horas ya ni pruebas, que vas a los baños y lo tiras en los mingitorios para regresar y pedir más cafecito, por favor y tengas la opción de seguir haciéndote pendejo en la silla mientras te haces pedazos para decifrar cómo carajos el autor llegó de una ecuación a otra. Y rayas en las servilletas, en la parte de atrás del mantel, y rayarías por las paredes tu intento de demostración si es que tuvieras paredes propias que rayar y un piso para sentarte a ver cómo se van derivando las funciones por la pintura vinílica y se quiebra una integral de línea con tau como variable tonta en el vértice del muro.

Luis Felipe G. Lomelí

jueves, 10 de enero de 2008

Reflexión de Andrés Caicedo

"...son todos pensamientos que podrían, en caso de golpearme más duro de lo que ahora lo hacen, ayudarme a decidir, por puro espíritu de conservación, en lo mal que estoy, en lo alejado que me he puesto yo de mi propio corazón. Mi corazón ya no sabe cómo responder a estímulos, alegrías, aceleres, depresiones, que son completa, perversamente nuevas, que no están en mí, pero actúa el corazón y no me deja morir todavía, actúa pero regaña y traquea, y yo siento que la sangre que me manda a cada uno de los extremos de mi cuerpo es sangre hecha odio y remordimiento, y por eso es que me canso tanto, por eso es que sudo esa agua de café en los mediodías y en el trabajo: mi corazón ya no me reconoce, y se averguenza de él."

Andres Caicedo
1951 - 1977
Escritor colombiano

martes, 8 de enero de 2008

Crímenes ejemplares

En "Crímenes ejemplares" Max Aub escribió una serie de micro relatos que brillan por su sencillez. El redescubrimiento de esta pequeña joya de la literatura mexicana, encierra en pequeñas historias no sólo la genialidad del autor sino también una buena parte de la idiosincrasia mexicana sobre la muerte, o mejor dicho sobre el matar; dar muerte por error, impulso, enojo, amor e incluso por placer.

Los relatos son en sí mismos la confesión de los criminales, ellos y sólo ellos explican la razón por la que mataron, no para dar lástima ni mucho menos, ya que a veces poseen una humildad abrupta e irreverente, sino para demostrarnos que tanto ellos como nosotros somos tan mediocres que cometemos las cosas por la simple voluntad de querer hacerlo. He aqui algunos de los crímenes ejemplares de Aub:

- Lo maté porque habló mal de Juan Álvarez, que es muy mi amigo y porque me consta que lo que decía era una gran mentira.

- SOY PELUQUERO. Es cosa que le sucede a cualquiera. Hasta me atrevo a decir que soy buen peluquero. Cada uno tiene sus manías. A mí me molestan los granos.

Sucedió así: me puse a afeitar tranquilamente, enjaboné con destreza, afilé mi navaja en el asentador, la suavicé en la palma de mi mano. ¡Yo soy un buen barbero! ¡Nunca he desollado a nadie! Además aquel hombre no tenía la barba muy cerrada. Pero tenía granos. Reconozco que aquellos barritos no tenían nada de particular. Pero a mí me molestan, me ponen nervioso, me revuelven la sangre. Me llevé el primero por delante, sin mayor daño; el segundo sangró por la base. No sé que me sucedió entonces, pero creo que fue cosa natural, agrandé la herida y luego, sin poderlo remediar, de un tajo, le cercené la cabeza.

- -UN POQUITO MÁS.
-No podía decir que no. Y no puedo sufrir el arroz.
-Si no repite otra vez, creeré que no le gusta.
Yo no tenía ninguna confianza en aquella casa. Y quería conseguir un favor. Ya casi lo tenía en la mano. Pero aquel arroz...!E insistía empalagosa!.
-Un poco más.
-Un poquitín más.
Estaba empachado. Sentí que iba a vomitar. Entonces no tuve más remedio que hacerlo. La pobre señora se quedó con los ojos abiertos para siempre.

- ¿USTEDES NO HAN TENIDO nunca ganas de asesinar a un vendedor de lotería, cuando se ponen pesados, pegajosos, suplicantes? Yo lo hice en nombre de todos.

- NO PUEDO TOCAR el terciopelo. Tengo alergia al terciopelo. Ahora mismo se me eriza la piel al nombrarlo. No sé por qué salió aquello en la conversación. Aquel hombre tan redicho no creía más que en la satisfacción de sus gustos. No sé de dónde sacó un trozo de aquel maldito terciopelo y empezó a restregármelo por lo cachetes, por el cogote, por las narices. Fue lo último que hizo.

- LO MATÉ porque me dolía la cabeza. Y él venga a hablar, sin parar, sin descanso, de cosas que me tenían completamente sin cuidado. La verdad, aunque me hubiesen importado. Antes, mire mi reloj seis veces, descaradamente: no hizo caso. Creo que es una atenuante muy de tenerse en cuenta.

- ERRATA.
Donde dice:
La maté porque era mía.
Debe decir:
La maté porque no era mía.

Israel