Estaba decidido a traspasar fronteras, no una ni dos, sino muchas, las que fueran, las que se cruzaran en mi camino, eso era lo único que pensaba la noche en que me fui. No sabría dónde o cómo ubicar el nacimiento de la idea de emigrar, aunque si hago un ejercicio de reflexión retrospectiva –difícil cuando la hace uno mismo sobretodo- creo que fue gracias a las clases del doctor Herrera. Él, profesor universitario y amante insaciable de la cultura europea, nos decía en la facultad de humanidades que poco podíamos hacer en una sociedad donde no se aprecia el talento de los jóvenes humanistas, que lo mejor era irse y jugar a ser un bohemio en las calles de París o de Londres, que desafiáramos el destino y nos inventáramos una excusa para salir de la cloaca nacional, tal y como el no lo hizo porque se lo impidió una boda fortuita y el peso de su entorno familiar.
A partir de ahí, la idea de salir y viajar se apoderó de mi porvenir, no pensaba en nada más, no quería conocer a una chica guapa que me atrapara entre sus redes y que me hiciera conjugar el verbo querer en el lenguaje del amor juvenil. Pensaba, hacía planes, ahorraba dinero. Por las noches, antes de dormir intentaba memorizar los usos y costumbres de los países que me interesaban, me veía a mí mismo recorriendo las calles que alguna vez pisaron todos los escritores que leía. Supongo que todo esto se alimentó, cual vil copo de nieve que desciende por una montaña nevada y que termina convirtiéndose en avalancha, por mis ansias de no querer ser como la gente de mi alrededor, en especial de mi familia, los cuáles no creían que el sol se pusiera más allá del enorme cerro que adorna mi ciudad natal. Con el tiempo me daría cuenta de que me equivocaba; la sangre es la sangre, por más campechano que se escuche, y no hay nada que la pueda disipar del todo a lo largo de nuestra existencia.
3 comentarios:
Es verdad que el profesor frustrado os legaba su sueño. Él conservaba una fe que no había pasado por el desengaño.
Tú has podido comprobar que nuestra especie -costumbres y colores de piel, aparte- es la misma y por lo tanto, portadora de los mismos vicios y virtudes. Eso se puede observar en cuanto nos vamos tropezando con las realidades.
La diferencia de estar en el país en el que has nacido y el de adopción, es, simplemente que, en el tuyo, ya has realizado la "adaptación" y, por este motivo, conoces mejor las consecuencias que tendrán tus actos. A esto hay que añadir que en los tuyos, familia, amigos, etc., están los que amas y también te quieren a ti.
Pero, para llegar a esa conclusión, has tenido que hacer el trasplante. Ese trasplante tendrá, no lo dudes, con el paso de los años, también una influencia sobre ti. Porque todas las circunstancias dejan su huella sobre nosotros.
Estas son mis opiniones: sólo eso.
Un abrazo de abuela blogger.
Me siento bastante identificado con lo que dices, sobretodo con la pulsión de ser diferente a los demás.
De todas formas, lo que pienso yo, ahora, desde mi relativa juventud y poca experiencia, respecto a la idea de la evasión, se puede resumir en una frase catalana bien bonita: "Roda el món i torna al Born".
Un saludo.
Pues a mi el paso del tiempo me ha hecho cuestionarme un poco todas esas cosas, así como la supuesta superioridad del primer mundo. Ya ves cuanta miseria moral puede haber aquí. Y no me planteo demasiado irme a "un sitio mejor" ni nada por el estilo, porque al final, vayas donde vayas, eres tu y lo que puedas hacer. No se.
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