viernes, 18 de junio de 2010

Peter pan, Wendy y la lógica de los nuevos 20


"Malos momentos bien asimilados"
Dr. Antoni Bolinches, sobre la madurez.

Carlos tiene 36 años, es abogado autónomo y los fines de semana se dedica a perseguir chicas en las discos bajo la bandera de que “todas las mujeres son guapas en la cama”, su última novia conocida le dejo hace seis años; Blanca tuvo una relación formal de 7 años con un chico que tenía alergia a la palabra paternidad, por lo que a sus treintaicinco años decidió emprender la búsqueda de su “páterfamilias”; Andrew es un joven divorciado de 32 años que echó su matrimonio a la basura por una serie de infidelidades, según él, los reclamos de su ex mujer “coartaban su libertad”; Arantxa nunca se imagino sola, desde los 15 años siempre había alternado novios formales con aventuras pasajeras, pero hoy, a sus 35, su puesto de directora de arte la tiene encadenada a una rutina en la que el amor de pareja, el que dura más de una semana, es una anécdota y la soltería una constante; Matías no quiere saber nada de aparejamientos desde que su ex le pidió mayor compromiso; Carolina es la envidia de sus compañeras de trabajo porque se liga a un chico diferente cada vez que sale de marcha…podría seguir con esta lista de personajes propios del diario de Bridget Jones, pero no, no seguiré porque no son personajes de película, son mis amigos y conocidos. Todos, muy a su manera, comparten el síndrome de Peter pan; son “Peterpanes” y "Wendys".

El síndrome de Peter Pan no es algo nuevo, como lo describe el periodista Francesc Miralles, este llegó “de la mano del psicólogo Dan Kiley, que se sirvió de Peter Pan para describir a los hombres y mujeres que se resisten a crecer. Se trata de personas inestables emocionalmente que suelen tener baja autoestima, ya que aspiran a mucho sin poner nada de su parte. A resultas de ello se escudan en la queja y culpabilizan a los demás –como un niño a sus padres– de las cosas que no les salen bien”. Sin embargo, aquí ya no hay fábulas inocentes, todo es real, y tan real como que los personajes mencionados anteriormente comparten las siguientes dolencias (que no atributos): falta de identificación con la edad biológica; insatisfacción vital y permanente enfado ante el incumplimiento de exigencias que supuestamente reposan en los otros, entre un largo etcétera.


Los Peter Panes y Wendys de hoy son jóvenes, usualmente treintañeros urbanitas -desconozco si existen "peterpanes bucólicos"-, que fueron los adolescentes y jóvenes catalogados bajo el erróneo soliloquio de “generación X”. Su característica principal en el terreno afectivo –que es el que me interesa- es simple y taxativa: no quieren crecer porque tienen miedo de asumir las responsabilidades que conlleva el ser adulto. Está bien, lo de adulto es un adjetivo que nos hemos inventado para definir el hecho de que a determinada edad lo mejor es estar casado, tener una casa, hijos, un trabajo de oficina, un perro y un coche, pero no, la adultez, como la juventud, es una construcción social cuyo contenido nace y radica en el núcleo mismo de la sociedad que la procrea; la nuestra, occidental y moderna, ha dejado de lado la juventud como la antesala de la edad adulta, y la ha encumbrado como un estilo de vida (encantador y potente, pero falso) y desde mi punto de vista, como un estado de ánimo (soez y vergonzoso), desde hace bastante tiempo. Es en esta sociedad, en la que la estabilidad laboral ya no depende del paso por la universidad y en el que el compartir casa se convierte en una travesía que sobrepasa la treintena, donde los peterpanes se dan cuenta de que, súbitamente, tenemos libertad y uso del tiempo libre y no sabemos hacer nada que no sea consumir, que eso de la juventud es un sueño del que es mejor no despertar.


Pero nada es fortuito, la inmensa mayoría de los jóvenes de hoy somos arrogantes, frívolos, ególatras y endogámicos; nuestro hedonismo se refleja en la desesperación: lo queremos todo al ritmo de "ya" (aficiones, pareja, diversión), sin retrasos, sin dolor, no importa lo que cueste, porque lo pagamos siempre y cuando nuestras expectativas queden satisfechas. La diversión parece ser un derecho fundamental e irreductible. Bajo este panorama, el hecho de construir una relación de pareja es un concepto que se desvanece en el aire, no hay amor absoluto, porque no lo vemos como tal, sino como pequeñas concreciones; como un eterno vaivén de parejas y aventuras sexuales, de diferente calado emotivo, que se acopla a nuestro estilo de vida. Ni hablar de sacrificios. Aquí me detengo y me gustaría resaltar el lado femenino del asunto. Toda mujer que se precie quiere tener hijos en determinado momento de su vida, no me creo el argumento ese de la independencia en este punto ni la onda de "Sexo en Nueva York" para enarbolar la bandera de "yo nunca tendré hijos", es mentira, si no los tienen, es porque la incapacidad crónica de amar propia de los personajes que tratan estas líneas se lo impide. Estimada lectora, sobre el hecho de tener hijos yo sólo digo lo siguiente: la naturaleza es autárquica y tirana, nos orilla a perpetuarla, en este sentido, cuando sientas que las hormonas te superan, recuerda que un hijo puede ser un autoengaño, una forma de ocultar nuestras miserias y debilidades. Si tienes miedo a la vejez o a la soledad compra desde ya un buen plan de pensiones o al menos llévate bien con tu hermanos, primos o amigos cercanos que tengan descendencia para poder ejercer de excelentísima tía –y con ello incentivar otro gran rasgo del peterpanismo: ser excelentes tíos o padrinos-. La vida se puede justificar y vivir de mil maneras.


De forma general, la literatura, el cine y la cultura actual nos han conmovido y perturbado con las historias de amor que nos cuentan. En la ficción todo es posible (o no). Las relaciones amorosas de nuestros personajes suelen estar llenas de inseguridades, pavor al compromiso, ambivalencia, miedo al futuro –como si éste nunca haya dejado de ser incierto-, irresponsabilidad, falta de autocrítica y ausencia de solidaridad. ¿Dónde quedan las confidencias, el intercambio de intimidades, las idealizaciones, las anécdotas infantiles y las quejas vitales?. Lo que importa es divertirse aunque ello conlleve a relaciones desastrosas. No hay compromiso, los hombres se rehúsan y las mujeres se enamoran del amor, un compromiso –sentimental- que es el demiurgo de nuestros días y un amor de cuento de hadas. El afán de autonomía choca de frente con el placer de que alguien te conozca profundamente. ¿Qué nos pasa?. En nuestras relaciones los peterpanes y las wendys tienen una profunda obsesión por indagar en las emociones, en las rupturas o reconciliaciones afectivas, en todo lo que sea susceptible de convertirles en impulsivos, infantiles e inmaduros. Pareciera que hay que negarse al amor y eso, como bien lo dice Laura Kipnis no es sólo una herejía, es una tragedia: para nuestra especie representa un fracaso no alcanzar lo que es esencialmente humano. Y no es sólo trágico, sino también anormal.

Las decepciones amorosas generalmente incuban emociones profundamente dolorosas: miedo, furia, culpa, vergüenza, compasión extrema. Es normal, cuando se falla continuamente uno se vuelve más escéptico e individualista. Sin embargo, no seamos tramposos ni nos auto engañemos, todos necesitamos del cariño y afecto de alguien. Amigos perterpanes y señoritas wendys, la onda es simple: asimilar las frustraciones y los conflictos de la vida cotidiana. Dejar de pensar que nuestras posibles parejas nos darán una vida de película y que crecer es una condena. Madurar es seguir creándose a uno mismo sin fin, lo dijo Henri Bergson, y tenía razón.


Referencias

!No quiero hacerme mayor!, reportaje de Francesc Miralles publicado en el periódico El País el 22/02/2009

"Contra el amor". Laura Kipnis. Ed. Algaba. 2005

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