jueves, 18 de marzo de 2010

Lajitas Resort


Para J. C. T., por todo.

- Dile a tu papá que le apure mija – le dijo don Raymundo a su nieta de 6 años, la cual entró a la casa, corrió hasta el baño y sarandeó a su padre por la pierna derecha para decirle que su abuelo le llamaba, se acicaló su sombrero, echó su petate a la espalda, le dio un beso en la mejilla a la pequeña y dijo:

- ¡ámonos don Raymundo!, ¡ya tengo la troka lista desde ayer! -

- ¡Ándale cabrón!, el manager me dijo que eran de los mejores hoteles del mundo y que querían que sus empleados llegaran siempre puntuales -. Al momento de decir esto, la camioneta arrancó y trepidantemente entró en la vieja carretera.

- Pero si Lajitas está aquí al tiro nomás, ire agarramos la carretera a Ojinaga y luego luego llegamos –, dijo Pancho mientras daba un leve sorbo a un termo lleno de café. – Orita llegamos, total si vamos a jalar pa´ un pinche güero, que se espere el cabrón -, le dio el termo a Don Raymundo, quien con cara de indignación y cansancio empezó a beber. En realidad ambos estaban cansados, manejar a las 5 de la mañana desde su casa, el ejido “Alamitos” hasta la carretera de Santa Rosalía, cruzar la frontera y de ahí a Lajitas, les llevaría un total de dos horas.

- Pos gueros, gueros pero pagan de lujo, 9 dólar a los limpiadores y 11 a los de la cocina, 10 la hora extra, ¡te imaginas Pancho!, te vas a hacer de oro cabrón, a ver si así mandas a la escuincla a la escuela -

- No se meta en eso Don Raymundo, ya sabe que mi hijita me importa muchísimo; pero es que su hija es muy calzonuda y no me deja que haga mis bisnes, acá, serios, de los de lana de verdad, con al gente esa de los Covarrubias -. Dijo Pancho mirando fijamente la carretera, la cual entre baches, tierra y piedras dejaba entrever lo inconmensurable de la noche.

- ¡Esos hijos de la chingada! ¿Qué no te acuerdas de cuando fueron a buscar a Pedro por la lana que les debía? ¿Viste como lo dejaron? ¡Le partieron toda su madre!. Le clavó la mirada y súbitamente se inclino hacía él. – Ni se te ocurra cabrón, ni se te ocurra, yo ya no estoy pa´ enterrar a más familia, toy pa´ que me entierren a mí -. Se inclinó hacia atrás y se recostó mirando por la ventana, aunque fuera no había más que oscuridad. Pancho seguía conduciendo con ambas manos sobre el volante de la vieja camioneta. Guardaron silencio, de ese que parece que es necesario para apagar fuegos familiares.

- Oiga suegro, ¿es verdad que en el hotel ese de Lajitas sólo trabaja pura raza mexicana? – dijo un poco timorato Pancho después de unos minutos.

- Pos eso fue lo que me dijo el wicho, el que conoce al manager, dice que todos los trabajadores vienen de lado de México; de Rancho Blanco, de Benavides. Dicen que hay un parque natural muy grande por ahí y que no hay gente disponible, entonces pasa lo de siempre, los gringos tienen trabajos que no quieren hacer, ni siquiera los pinches negros huevones, y pos nosotros los mexicanos tenemos necesidades, tenemos familia, ya sabes que es así desde que yo era chamaco -. Su tono lastimoso refleja el cansancio de alguien que ha trabajado desde los 12 años, pero a su vez era la más pura definición de la filosofía de vida que se tiene en esa tercera nación que es la frontera entre los Estados Unidos y México. Hizo una pausa de unos cuantos segundos y dijo - nomás que ya sabes que esa gente es muy brava, se siguen pasando por el río a pesar de que los pinches gueros cambiaron la ley de paso por lo de los avionazos, lo de las torres que pasaron el otro día en la tele -.

- Pos igual y es lo mejor oiga – dijo Pancho sin darle oportunidad de continuar a su suegro. – Tá bien pinche mal que por culpa de unos árabes locos nosotros también paguemos las consecuencias; ora resulta que después de toda la chingada vida pasando a pie por el río nomás se va a poder por el puente de Ojinaga, pa´ mi que nomás nosotros somos los únicos pendejos que vamos en camioneta hasta el hotel ese -. Esto último ya lo dijo con un tono más molesto, como si quisiera echárselo en cara a su suegro.

- Yo ya se que nadie lo hace, la gente se sigue cruzando por el río y tarda media hora, nomás que ahora si te agarran los gringos, te llaman delincuente -. Dijo Don Raymundo, mirando hacia fuera, hacia la enorme noche.

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