miércoles, 14 de noviembre de 2007

Nwunko, el hombre invisible


Un hombre negro en una noche sin luna es un hombre invisible. Ese pensamiento preocupaba a Nwunko mientras caminaba por una calle cada vez más oscura hasta la puerta del chalet donde pensaba entrar dentro de un momento. Él tenía una gran experiencia de invisibilidad. Esa misma tarde, mientras esperaba sentado en un banco el momento de acudir a su cita, muchas personas habían pasado frente a él sin reparar en su presencia, tal y como había ocurrido durante todo su periplo en España.


Había llegado en una patera a Fuerteventura con otras cuarenta personas. Todos fueron detenidos al llegar a la playa y conducidos a la comisaría. Allí les separaron. Por un lado los marroquíes, que fueron llamados por sus nombres y por su nacionalidad y tras una serie de trámites, llevados en un furgón al puerto para ser devueltos a su país. Luego le tocó el turno a él y al resto de subsaharianos. Después de unos días de espera, les dieron un papel que sólo tenía letras y no colores, una orden de expulsión. En la de Nwunko, como en la de tod@s, aparecía un nombre que no era el suyo y un país al que volver en el que no había nacido, que era todo lo que el policía que le interrogó le había sacado.


Tras pasar cuarenta días retenido en el aeropuerto de Fuerteventura, fue a parar a Barcelona y desde allí bajando por la costa, estuvo realizando diferentes trabajos hasta que recaló en Valencia. Si no fuera por las cuerdas que dejó atadas en un invernadero en Lérida, los cuatro trapos que vendió en un mercadillo en Murcia, o los escasos discos piratas que vendió en el metro la semana que pasó en Madrid, nadie diría que Nwunko había estado en España. Ni siquiera la policía. Porque Nwunko había pasado dos veces por una comisaría y otras dos había sido retenido en un coche celular y las cuatro veces salió sin más por la misma puerta por la que había entrado.


Y el suyo, con todo, no era un caso extraño. Much@s de los africanos que había conocido realizaban el mismo o parecido recorrido por diferentes rutas, sin que su presencia despertara mayor curiosidad que la que despertaban los artículos que vendían en sus tenderetes. Podían ser ell@s o podrían ser otr@s, tanto daba en realidad. Sí, efectivamente, había bastantes posibilidades de no ser reconocid@: fuera como fuera la noche, un negro es simplemente invisible. Nwunko estaba totalmente seguro de eso.


Pero ahora su fortuna parecía haberse terminado, dilapidada por no sabía qué extraños designios y se encontraba aquí, frente a una puerta que no sabía si le iban a abrir y preguntando por un hombre al que había visto una sola vez, que le dijo que era músico y que en un momento de euforia oyéndole tocar el tambor, le había dado una dirección en un trozo de servilleta de papel.

lunes, 29 de octubre de 2007

...yo no le gustaba

Alrededor de la medianoche me decidí ha llamarla por segunda ocasión, aunque había estado bebiendo copiosamente, no me encontraba ofuscado del todo y mis cuerdas vocales podían articular palabras coherentes en concepción y sintaxis. De nueva cuenta no contestó, aunque esta vez si escuche una amable voz femenina que me decía “El terminal al que está llamando se encuentra apagado o fuera de cobertura en este momento, por favor, inténtelo de nuevo más tarde”. Es obvio que, dado que estaba metido en el papel de adolescente primerizo –y borracho para que negarlo-, el derrumbe fue estrepitoso.

Una ráfaga de pensamientos malignos se apoderó esa noche de mi cabeza, sin orden de importancia ni de jerarquía creo que fueron estos: ella estaba hablando con otro chico por el que realmente sentía interés y al final de la conversación no presto atención al registro de llamadas de su teléfono y lo apagó; se encontraba con un amante vacacional en un sitio en donde no había cobertura telefónica; hablaba y reía con una amiga de las que sirven de confidente contándole que había un chico que conocía por internet que le perseguía; bloqueo mi número de teléfono activando la función de “permanente número ocupado/bloqueado” (aunque esta más bien valdría para la primera llamada); pensó bien en mi figura y descubrió que había cosas sobre mí que no le hacían gracia y prefirió alejarse de un engendro; investigó mi perfil en internet y descubrió que era un idiota (aquí me hubiera consolado que me tomara como idiota “ilustrado”, para al menos saber que haber leído unos cuantos libros ha servido de algo); simplemente yo no le interesaba, es decir, yo no le gustaba. En la tarde del día siguiente, ésta última se convirtió en máxima, cuando en la tercera llamada el teléfono sonó y sonó sin ser descolgado.

miércoles, 17 de octubre de 2007

embriagaos !!!

"Siempre hay que estar ebrio. Eso es todo: tal es la única cuestión.

Para no sentir el horrible fardo del Tiempo, que os quebranta los

hombros y os doblega hacia el polvo, es menester que os embriaguéis

sin tregua.

¿De qué? De vino, de poesía o de virtud, a vuestro antojo.

Pero embriagaos.

Y sí alguna vez , en las gradas de un palacio, sobre la verde hierba

de un barranco, en la sombría soledad de vuestro aposento,

os despertáis, con vuestra embriaguez ya desvanecida o disminuida,

preguntad al viento, a la ola, a la estrella, al pájaro, al reloj a todo lo

que huye, a todo lo que gime, a todo lo que rueda, a todo lo que canta,

a todo lo que habla, preguntad qué hora es; y el viento, la ola,

la estrella, el pájaro, el reloj, os responderán: “!Es hora de embriagarse!

Para no ser los esclavos martirizados del Tiempo, embriagaos; ¡sin cesar

embriagaos! De vino, de poesía o de virtud, a vuestro antojo.”

Charles Baudelaire

lunes, 10 de septiembre de 2007

Foucault

Michel Foucault

Foucault fue un filósofo que estudió y replanteó conceptos modernos como el “conocimiento”, el “poder” o la relación “sujeto-sexualidad”. Sus ideas rompieron con las nociones clásicas de estos términos. Debido a su gusto por discutir la definición de posmodernidad, pues se le considera un autor posmoderno, etiqueta que siempre rechazó.

Algunas de sus obras son Historia de la locura, Las palabras y las cosas, La arqueología del saber, Vigilar y castigar o Historia de la sexualidad. Además de interesantes, carecen de la cientificidad característica de los franceses y tratan un montón de cosas que invitan a la reflexión, tales como:

EL PODER: el poder, como dominación, como sujeción a un ente superior (relación jurídico/política), no se localiza irreductiblemente en una institución, sino que es una relación de fuerzas que se encuentra en todo, esta en todas partes que se encuentre un ser humano; diseminado incluso en la intimidad. El poder, para Foucault, no sólo reprime, sino que también, produce efectos de verdad y produce saber.

LA SEXUALIDAD: muy a grandes rasgos, lo que pretende Foucault es analizar cómo el sexo se convirtió en un objeto negado y reprimido desde el siglo XIX. Inicialmente el sexo está impregnado de culpa, a priori es prohibición. Para él, la realidad histórica del sexo –y la imagen social que se tiene del mismo- es una combinación crucial entre poder y saber. Según mi punto de vista, la tesis principal es sobre cómo la represión relativa al sexo es una construcción histórica y social.

Para no dar tanto la brasa, también les cuento un cotilleo: resulta que el amigo Michel era gay, tanto así que era una figura ultrareconocida de los saunas gays de San Francisco, sabía como divertirse el chaval.

a leer amiguit@s!

viernes, 17 de agosto de 2007

Experiencias en los Estados Unidos

En este periodo estival, caracterizado por el letargo que produce en algunos la ruptura de la rutina cotidiana, los viajes que emprenden los más afortunados y el consumo clasemediero exacerbado, tal vez sea conveniente pensar un poco en lo que implica el hecho de visitar aquellos sitios en los que no vivimos nuestra vida diaria. Como ejemplo, valga decir que -a raíz del forzado exilio que sufrió-, Adorno nos relata sus experiencias en los Estados Unidos, todo un ejercicio de síntesis y reflexión para los que son nómadas, viajeros o inmigrantes en el mundo actual. Cito lo que a mi parecer es lo más relevante:

“La gente se inclina a contemplar el concepto de adaptación, del “adjustment”, meramente como algo negativo, como extinción de la espontaneidad, de la autonomía de la persona individual. Pero es una ilusión, criticada con fuerza por Goethe y Hegel, que el proceso de humanización y de cultura se desarrolle necesariamente y siempre desde adentro hacia fuera… No nos hacemos libres a medida que nos realizamos a nosotros mismos como individuos, sino en la medida que salimos de nosotros mismos, vamos al encuentro de los demás y, en cierto sentido, nos entregamos a ellos. Solo de este modo nos definimos como individuos, no en cuanto nos regamos a nosotros mismos como a una plantita con el fin de hacernos personalidades omnilateralmente cultas.”

“Fue necesario que llegase yo a los Estados Unidos para poder experimentar de veras el peso de lo que significa la cultura… ahí, es decir, viajando a otro país que me resultaba tan nuevo como extraño, me libere de la credulidad cultural, adquirí la capacidad de ver la cultura desde fuera.”

martes, 31 de julio de 2007

El momento de comer

En el ensayo titulado Sociología de la comida, George Simmel nos explica el entramado sociológico que implica el momento de comer: el rito de la comida como algo plenamente meditado y planificado, al punto de que se convierte en un fenómeno que es parte de nuestra historia personal; las normas de urbanidad a la hora de comer que corresponden a momentos específicos de diferentes épocas históricas; incluso, si se es más incisivo, se podría hacer el análisis neomarxista de cómo las clases altas hacen de un acto fisiológico algo lujoso y metódico, con la consecuente diferenciación de clase social. Sin embargo, Simmel no abordo el tema del momento mismo del comer, del tiempo que se le dedica.

Para mi, el principal problema del comer en estos tiempos que corren no es el qué comer sino el cómo, el cómo comemos. Dado por hecho que la vida cotidiana está dominada por las largas jornadas laborales, la inclusión de la fast food como elemento que se entromete sin pedir permiso hasta llegar a la simbiosis en determinadas tradiciones gastronómicas y la tecnología que nos ayuda a vivir más rápido pero no más felices, podemos observar que el acto de la comida se relativiza, se deforma, se desacraliza. Quizás en este punto vale recordar esos “manuales de urbanidad” que hacían del momento de la comida algo por lo menos coordinado, eso sí, en nombre de la moral y las buenas costumbres. El escaso tiempo que nos deja nuestro ritmo de vida actual, determina tristemente el desarrollo de un acto puro y trascendental, que otrora fue
símbolo sociocultural.


Otro punto, para Simmel el comer es uno de los aspectos más egoístas del ser humano, pero en esto no me pidan una explicación, porque estoy tan en contra de esta idea que de la rabia he dejado de escribir.


Israel

viernes, 6 de julio de 2007

Cocinar: relación libre y placentera.



La cocina, como todas las actividades que realizamos es un acto social. Sin embargo, en las sociedades actuales, el hecho de cocinar supone un aspecto lúdico-festivo de la vida moderna. El significado de cocinar, es decir, lo que la antropología nos enseñó como la transformación de la materia prima que nos brinda la naturaleza, ya no tiene su eje en la mera subsistencia, sino en comer alimentos que satisfagan el espíritu, a la par que se crea el “ritual del comer”, sea lo que sea que eso signifique.


Cocinar no sólo es transformar los alimentos, ni siquiera dedicar tiempo a la preparación de platos que al final serán engullidos en el ritual de la comida o la cena, es también un medio de expresión de ideas, cuerpos, mentes, alternativas, culturas, tradiciones; de alimentos que una vez preparados son socializados –y devorados con gusto-, a través de lo cual cumplen la función de lograr la interrelación entre los comensales.


Sin embargo, yo quiero ir más allá, por experiencia personal deduzco que la cocina es un salvoconducto a la felicidad, y eso dadas las condiciones actuales ya es mucho. Vázquez Montalbán escribió por ahí que, la reflexión sobre la cocina -otra manía de nuestro tiempo, pensarlo y reflexionarlo todo- sólo puede hacerse desde el desenfado, aunque esta declaración de principios implique el riesgo de ser señalado como partidario de la felicidad. Ser partidario de la felicidad implica un ejercicio de desalienación constante. Cocinar es saber gratuito allí donde lo haya, reivindica ese espíritu lúdico e incluso solidario que implica el interés por cocinar para uno mismo o para otros. Como siempre, debemos estar alertas, ese espíritu se ve amenazado por la toma de posición gastronómica, por el sectarismo y el dogma de aquel que cocina, que al final le convierte en un pedante árbitro de algo que no debe ser reglado.


Cocinar, relación libre y placentera con el comer (de preferencia acompañado) como goce en el que participan la espontaneidad, la cultura, el azar y la necesidad.


Israel

viernes, 29 de junio de 2007

"...eres mexicano, pero también español"


Después de un tiempo viviendo fuera del país en que has nacido, se apodera de ti un sentimiento dubitativo, algo así como un deseo de saber si eres de aquí, de allá o más allá. En fin, que no podría explicar ahora mismo si me siento más mexicano que español o viceversa, esta necesidad de apropiarse de una identidad es una de las consecuencias que conlleva la vida en colectividad, para bien o para mal. Sin embargo, yo prefiero pensarme como un ser humano con ciertos valores, gustos, conocimientos y preferencias (los cuales trato de explayar en este blog) que no brillan por su carácter conservador, estático o estrecho, sino más bien por todo lo contrario; llámese dialéctica, pensamiento progresista, izquierdismo, rock and roll, etcétera, etcétera.


Pero no me voy por las ramas, el título de este post viene de la boca de un amigo. Éstas han tenido una gran resonancia en mis últimas reflexiones sobre mi propia “identidad nacional”, sea lo que sea que esa cosa signifique. Dado que estoy bastante agradecido a todo lo que he vivido, sufrido y sentido en España, no puedo evitar pensar en lo que es “ser español” y en el sempiterno debate sobre las “dos Españas”. Y dado que es un tema en el que no puedo ser imparcial, transcribo un artículo del cineasta David Trueba que -gustos aparte- espero les guste. Atentos mis colegas autóctonos:

Son dos, pero no las que creemos

David Trueba (Director de cine).

Artículo publicado en el diario vasco Gara el 2 de marzo del 2007.

Sí que puede que haya dos Españas, pero no las que creemos. Caemos en la tentación abusiva de ver nuestro país dividido por dos irreconciliables bandos que se enfrentan desde postulados ideológicos, sociales, religiosos y económicos. La pelea política, que no es más que la habitual estrategia bipartidista que con tanto éxito se ejecuta en los Estados Unidos, por ejemplo, tiñe nuestros días con un sistema de opuestos agotador. (...) Pero es muy posible que esas dos Españas no nos permitan ver las otras dos Españas. Y ahí estaría lo grave, porque de tanto mirarnos el ombligo terminaríamos por ignorar que también tenemos axilas o agujeros en las narices.

Esas otras dos Españas son más irreconciliables que las políticas. Hay una España que no lee libros, jamás compra un periódico, se mira sólo los 20 minutos de fútbol del telediario, ni por error pisa un museo, una catedral gótica, un teatro. Hay una España que cree que el señor que se te ofrece para alicatar el vítor es arquitecto y esteva y puedes confiarte a él para redorar el salón. Hay una España que la música que escucha es una base de ritmos enlatada, que cree que su hijo siempre tiene razón cuando le dice que el profesor es un imbécil, que tampoco le encuentra sentido a obligar al chaval a estudiar Matemáticas si ahora los ordenadores te lo calculan todo.

Hay una España a la que le da absolutamente igual la construcción de un país en sus elementos abstractos, de convivencia y cultura de futuro, pero que sale a la calle a gritar «España para los españoles» cada vez que un marroquí le raya el coche o el novio de su hermana se pega con un ecuatoriano. Hay una España a la que se la suda en tres tiempos el valor paradisíaco de un entorno protegido, le repatea que alguien se oponga a una empresa contaminante si un pariente suyo trabaja en ella y el único interés que le despierta alguien relevante tiene que ver con su última ruptura sentimental, su último desnudo cazado en una playa o su último hijo no reconocido que le pone pintando. Hay una España que se educa frente al televisor, gracias a los mercaderes que han convertido ese electrodoméstico fundamental en una taza de vítor con vistas a nuestra peor cara. Hay una España que además se siente refocilada y aplaudida por ser como es, aupada al rango de la «España como debe ser» por los que saben que así el negocio funciona mejor; una España a la que nadie acusa ni señala con el dedo, ni afea su penosa forma de ser sino que se la vitorea. Hay una España horrenda que deja su huella profunda en nuestro tiempo y nuestro futuro, una huella inmunda. Mientras tanto, la otra España no hace nada, quizá demasiado obsesionada con la lectura ideológica de su país. Ignora que hay dos Españas, claro que sí, pero no son las que él cree.

miércoles, 13 de junio de 2007

Dilema del prisionero

En sociología, los dilemas son planteados desde la perspectiva de que existen diversas maneras con las que nuestros intereses se contraponen a los de los demás. Diariamente hemos de tomar decisiones, a veces con resultados distintos de los que habíamos esperado. ¿Existe un comportamiento racional para cada situación? En 1992 fue publicado el libro El dilema del prisionero, de William Poundstone, que analizaba este tipo de cuestiones a la luz de la teoría de los juegos.

El dilema del prisionero ha sido reeditado gracias a su actualidad. Así que me gustaría presentar algunos ejemplos, que si bien no se basan en datos concretos (recordemos que sin dichos “datos concretos” la sociología se queda en mera literatura), por lo menos me parecen escrupulosos:

Un hombre iba a cruzar un río con su mujer y su madre; en la orilla opuesta apareció una jirafa. El hombre sacó su rifle y apuntó, mas la jirafa le dijo: “Si disparas, morirá tu madre; si no disparas, morirá tu mujer”. ¿Cuál debería ser el comportamiento del hombre?

Usted y una persona amada son situados en habitaciones separadas provistas de un pulsador. Saben que matarán a ambos a no ser que uno pulse el botón antes de una hora; además, la primera persona que accione el pulsador salvará a la otra, pero morirá inmediatamente. ¿Qué decisión tomar?

Existen situaciones en las que uno decide salvar a otro a expensas de la propia vida. Un padre o una madre podría salvar a un niño basándose en que el niño, dada su juventud, tiene mayores expectativas de vida. Sea el que fuere el criterio usado, y sabiendo que ambas personas no tendrían el mismo, hay tres desenlaces posibles: el caso menos angustioso es cuando ambos coinciden en quién debe sacrificarse y quién salvarse; entonces, aquél debería pulsar el botón para salvar al otro. Una segunda posibilidad es que ambos decidan salvarse el uno al otro; una madre decide salvar a su hija, a la que quedan más años de vida, y la hija decide asimismo salvar a su madre, pues ésta le dio la vida. En este caso se compite por ser el primero en pulsar el botón. La opción más conflictiva surge cuando ambas personas deciden que ella misma es la que debe salvarse; entonces nadie pulsa el botón, y el reloj marca el tiempo, que pasa de modo inexorable. Esto es el dilema, ¿cómo avanzar en una situación en la que el conflicto se basa en dos posiciones antagónicamente positivas?

La teoría de juegos, que es la esencia del Dilema del prisionero, estudia la pugna entre unos oponentes que piensan y que pueden ser capaces de engañar al otro. La vida colectiva siempre es un juego, un sinuoso camino lleno de decisiones que marcan nuestra biografía. Sin embargo, un “juego” siempre es una situación conflictiva en la que uno debe tomar una decisión sabiendo que los demás también las toman, y que el resultado del conflicto se determina de algún modo a partir de todas las decisiones. Algunos juegos son sencillos; otros llevan a una escalada recurrente de segundas intenciones.
El dilema del prisionero ha pasado a ser una de las cuestiones filosóficas y políticas centrales de nuestro tiempo. Los que se dedican a su estudio han llegado a una pregunta central: ¿hay alguna forma de estimular el bien común en ese dilema? El intento de responder a esta cuestión es uno de los mayores retos de nuestra era. ¿Lo veremos pronto?, de ser así ¿cómo y donde será posible?.

Israel

miércoles, 30 de mayo de 2007

Cuestión de Distinción


“Las clases trabajadoras –aunque en esto los campesinos son más sencillos, más ingenuos, que los trabajadores- llegaron a aceptar como suyos ciertos valores de la clase que los gobernaba: en este caso la elegancia en el vestir. Al mismo tiempo, su misma aceptación de estos estándares su conformismo con respecto a unas normas que no tenían nada que ver ni con su propia herencia ni con su experiencia cotidiana, los condenó, conforme a este sistema de valores, a ser siempre, para las clases que están por encima de ellos, ciudadanos de segunda categoría, toscos, groseros, desconfiados. Esto es sucumbir a una hegemonía cultural”
John Berger



Quisiera hablar un poco sobre la base social de nuestros gustos y de paso, hacer un pequeño y sincero homenaje a uno de mis “ídolos”: Pierre Bourdieu, influyente sociólogo francés. Desde siempre he creído que nuestros gustos (musicales, estéticos, culinarios, la empatía hacía otros, etc.) poseen una fundamentación social, es decir, que responden a patrones en los que confluyen personalidad y medio social, ya que nada está dado de por sí. Sin embargo, no es hasta que descubrí a Bourdieu que estás ideas se reforzaron de forma teórica, concretamente en su libro La Distinción.


Los gustos no son fruto de una elección completamente libre, la distribución social de los gustos proceden del habitus (disposiciones que con el tiempo de vivir en una sociedad vamos adquiriendo, nuestra manera de actuar, la historia hecho cuerpo; son los “márgenes de maniobra” como dice Bourdieu) lo que nos lleva a relacionarnos con personas que tienen los mismos gustos estéticos, musicales, deportivos o culinarios que nosotros.


En La distinción (1979), Pierre Bourdieu muestra que los gustos estéticos dependen mucho de nuestro origen social, cuyas normas hemos interiorizado profundamente, y del lugar que ocupamos en la jerarquía social. La vida en sociedad está divida en “campos” los cuales a su vez constituyen un mundillo social particular, son un universo de connivencias, que funciona de manera más o menos autónoma, con sus propias leyes. Por esa razón, el que desea adentrarse en un medio (político, artístico, intelectual...) debe conocer los códigos y reglas internos. Un ejemplo sería la película de Agnès Jaoui, Para todos los gustos (2000), ya que ilustra magistralmente las dificultades que encuentra un pequeño jefe de una empresa de provincias para penetrar en el medio artístico local, tan ajeno a su universo de origen.


Bourdieu le atribuye al gusto el papel fundamental en la construcción del mundo social, esto es, el espacio de los estilos de vida, siendo el consumo el indicador principal del mismo. El gusto une y separa; al ser el producto de unos condicionamientos asociados a una clase particular de condiciones de existencia, une a todos los que son producto de condiciones semejantes, pero distinguiéndolos de todos los demás: el gusto es el principio de todo lo que se tiene, personas y cosas, y de todo lo que se quiere mostrar a los otros, de aquello por lo que alguien clasifica, se clasifica y le clasifican (Bourdieu 1988: 53). De esta forma, el gusto se expresa como “la propensión y aptitud para la apropiación (material y simbólica) de una clase determinada de objetos o prácticas enclasadas y enclasantes, es la forma generalizada que se encuentra en la base del estilo de vida, conjunto unitario de preferencias distintivas, que expresan, en la lógica específica de cada uno de los subespacios simbólicos –mobiliario, vestido, lenguaje y lenguaje corporal- la misma intención expresiva” (Bourdieu 1988: 172-173).


En esencia, nosotros nos diferenciamos por las distinciones que realizamos -entre lo sabroso y lo insípido, lo bello y lo feo, lo distinguido y lo vulgar- en las que se expresa o se revela nuestra posición, origen y preferencias. El análisis de las relaciones entre los sistemas de encasillamiento (el gusto) y las condiciones de existencia (la clase social) conduce a un análisis social del criterio selectivo que es, inseparablemente, una descripción de las clases sociales y de los estilos de vida, pero basado en criterios culturales de consumo, y no en relaciones económicas de propiedad en el sentido marxista.


Para finalizar una cuestión clave, en forma de cita: Bourdieu dijo "Mi libro existe para llamar la atención sobre el hecho de que el acceso a la obra de arte requiere instrumentos que no están universalmente distribuidos. Y por lo tanto, los detentores de estos instrumentos se aseguran beneficios de distinción, beneficios que son más grandes en la medida en que sus instrumentos son más raros". Yo creo que los instrumentos para acceder al arte no están –simbólica y materialmente- plenamente distribuidos, ¿y tú?....


israel

lunes, 7 de mayo de 2007

La confianza (2º y última parte...)


Es importante tener en cuenta que la confianza es una relación social que se da dentro de un marco de interacción compuesto tanto por la personalidad del individuo como por el sistema social, y no puede estar asociada por completo a uno u otro. A pesar de que pueda ser manejada como un concepto abstracto, lo cual hace que su tratamiento en la sociología sea algo difícil, para adentrarnos en su carácter social es necesario explicarla como una decisión de riesgo, que está sujeta a las expectativas subjetivas hacia los otros. Es decir, nuestras expectativas de confianza se basan en el hecho de saber si otra persona es digna de nuestra confianza para poder entablar cualquier tipo de relación o intercambio.

Siguiendo este argumento, la confianza podría transformarse en una relación social en el sentido de que se deriva de la pertenencia a una red social; tomar parte en ésta, permite acceder a “recursos” en forma de obligaciones de reciprocidad derivadas de relaciones de confianza e información en manos de otros miembros de la red social a la que se pertenece –por ejemplo una asociación civil o un grupo de amigos-. Sin embargo, es necesario dejar en claro que la simple participación en redes sociales no conduce automáticamente a la formación de confianza; la decisión de confiar no implica necesariamente que dicha expectativa sea recompensada en un futuro.


Podemos referirnos a un problema público en el cual la clave es la determinación que se da a través de la confianza para resolver problemas. Gambetta utiliza el ejemplo del problema tráfico de vehículos en las grandes ciudades como un ejemplo que implica la predominancia de preferencias individuales –el hecho de utilizar el coche- en lugar de otros medios colectivos. En este caso, los atascos y la contaminación podrían ofrecer una base para motivar la cooperación o el cambio hacia hábitos que ayuden a mejorar el problema, es decir, el uso de bicicletas o transporte público. Sin embargo, la carencia no estriba en los cambios de actitudes sobre la movilidad urbana, sino en la falta de “premisas” o creencias de que cada uno va a cooperar para resolver el problema. Aunque en este caso, Gambetta concluye que la percepción que las personas tienen sobre las conductas no cooperativas obstruyen los cambios sociales y las políticas públicas, es importante remarcar que dichas conductas –las no-cooperativas o anti-solidarias- más bien obstruyen las percepciones que pueda crear la confianza como disposición cooperativa hacia los otros o hacia lo colectivo.


La confianza suele ser analizada en términos de conductas negativas, es decir, es vista casi siempre bajo la luz de las consecuencias (costes) que puede traer la decepción de las expectativas que se depositaron en alguien. Sin embargo, es justo decir que aquel que confía es consciente del riesgo que implica ser defraudado, ¿o no?....

israel

viernes, 20 de abril de 2007

La confianza (Iª parte)

“Confiar en todos es insensato; pero no confiar en nadie es neurótica torpeza.”
Juvenal (Poeta satírico romano)



Aunque a estas alturas sea obvio suponer que la confianza juega un papel protagónico en la cohesión de las sociedades occidentales, es interesante escudriñar un poco en su importancia como concepto sociológico. El papel de la confianza dentro de ésta disciplina es igual de radiante que su dificultad para tomarla como un concepto concreto o científico. Esto quizás se deba al hecho de que, en la gran mayoría de las tradiciones de pensamiento, la confianza es un concepto sin relevancia sociológica acotado al orden emocional del individuo. Aunque conviene recordar que tiene enormes implicaciones para la generación de las relaciones e intercambios que se dan dentro de la vida en colectividad.


La confianza surge cuando una expectativa se convierte en decisión; de lo contrario lo único que hay es esperanza. La incertidumbre, como variable constante que determina la opción de confiar o no, nos lleva a plantear la confianza como algo que siempre parte de la evidencia disponible; es una combinación de conocimiento e ignorancia (Simmel, 2002). El que confía siempre tendrá alguna razón para explicar su comportamiento, el problema radica en justificarlo socialmente.


Al ser la confianza una actitud que se basa en influencias y percepciones, es necesario decir que ésta también debe aprenderse, como cualquier otro valor social. La familia, el medio social, las asociaciones civiles y las instituciones sirven a este propósito. El principal problema de la confianza que emerge de la interacción personal es la estrechez de su ámbito de acción. Se puede confiar en familiares o amigos para alcanzar determinados objetivos, sin embargo, en el plano social, la movilidad para la cooperación entre extraños requiere de supuestos que traspasen la solidaridad familiar. Sin embargo, para el que ha escrito estas líneas, el mayor mérito del acto de confiar quizás consiste en evitar la plena propagación de ese tipo de ciudadano al estilo de El extranjero de Camus, es decir, ese ser humano alienado, desconectado, sin lazos emotivos ni ataduras con nada ni nadie, víctima de una desintegración social que cada día avanza más y que se nos presenta de forma cruda, real e incontrolable. Sí, tal vez por este motivo necesitamos confiar, ¿o no?...

Israel

domingo, 8 de abril de 2007

Los de arriba y los de abajo

Me encuentro de "vacaciones", entre una de las tantas lecturas que tenía pendientes, está la
que aqui reproduzco de Zygmunt Bauman. A pasar de los cambios que tenemos a lo largo de
nuestra vida, creo que nunca valoramos lo suficiente el grado de movilidad y libertad que
tenemos, pero por favor, pasen y lean:



La posmoderna, de consumo, es una sociedad estratificada, como todas las que
se conocen. Pero se puede distinguir una sociedad de otra por la escala de
estratificación. La escala que ocupan "los de arriba" y "los de abajo" en la sociedad de
consumo es la del grado de movilidad, de libertad para elegir el lugar que ocupan.


Una diferencia entre “los de arriba" y "los de abajo" es que los primeros pueden
alejarse de los segundos, pero no a la inversa. En las ciudades contemporáneas se
produce un apartheid à rebours: los que tienen medios suficientes abandonan los distritos
sucios y sórdidos a los que están atados, a aquellos que carecen de esos medios. Ya
sucedió en Washington D.C. y está a punto de ocurrir en Chicago, Cleveland y Baltimore.
En Washington, el mercado inmobiliario no aplica la discriminación sin embargo, existe
una frontera invisible a lo largo de la calle 16 en el oeste y el río Potomac en el noroeste,
y aquellos que quedaron del otro lado harán bien en no franquearla. La mayoría de los
adolescentes detrás de la frontera invisible, pero no por ello menos tangible, no conocen
el centro de Washington con su esplendor, su ostentosa elegancia, sus placeres
refinados. Ese centro no existe en sus vidas. No se puede conversar por encima de la
frontera. Sus experiencias vitales son tan radicalmente distintas que no está claro sobre
qué podrían hablar los residentes de uno y otro lado si se conocieran y se detuvieran a
conversar. Como observó Ludwig Wittgenstein, "si los leones pudieran hablar, no los
entenderíamos".


Hay otra diferencia: "los de arriba" tienen la satisfacción de andar por la vida a
voluntad, de elegir sus destinos de acuerdo con los placeres que ofrecen. En cambio, a
"los de abajo" les sucede que los echan una y otra vez del lugar que quisieran ocupar.
(En 1975, la Alta Comisión de la ONU a cargo de los emigrantes por la fuerza -los
refugiados- tenía bajo su cuidado a dos millones de personas. En 1995, la cifra había
trepado a 27 millones.) Si no se mueven, a veces les quitan el piso de bajo los pies, lo
cual es otra forma de estar en movimiento. Si se lanzan a la ruta, en la mayoría de los
casos su destino es elegido por otros; rara vez es agradable, y el placer no es uno de los
criterios de elección. Tal vez ocupen un lugar muy desagradable que abandonarían con
gusto, si no fuera porque no tienen dónde ir y difícilmente los recibirán de buen grado allí
donde decidan instalar campamento.

viernes, 30 de marzo de 2007

Los extremos

Me gustaría salir un poco de la sintonía del post anterior. El rollo este de hablar del "amor" y las relaciones "amorosas" me ha puesto a pensar en un nuevo tema; es lo que tiene ser un hombre que a falta de ejercitar lo que tiene entre sus piernas, ejercita lo que hay dentro de su cabeza. Pero bien, veamos.


Enamorarse implica tres factores: decisión, elección y actitud. Los cuales si se llevan a llevados a cabo podrían conllevar a una situación "extremista" o más bien dicho, de extremos, al fin y al cabo, elegir es rechazar. Desde siempre, o desde que tengo uso de razón ya más o menos propia, he pensado que a las situaciones extremas le corresponden respuestas extremas; lo digo, lo pienso y lo he hecho. Sin embargo, en el caso de estar involucrado en una situación de descontento, cambio o urgencia, ya sea tanto sentimental, personal o social -esto último bastante más complejo-, algunos prefieren pensar que es mejor que todo vaya a peor lo más rápido posible, ya que así llegará ese cambio -sentimental, personal o social- que traerá consigo una nueva emoción, una nueva situación o una nueva dialéctica. Al final, exista ese cambio o no, hay que estar en un punto, en un bando, en un extremo.

¿En que extremo te situas tú mi estimad@ lector/@?

Israel

domingo, 18 de marzo de 2007

¿amar es un arte?

Actualizo después de no sé cuanto tiempo, incluso hay un parentesís para demostrar que el Señor de los anillos es muy "heavy"...en fin.


En el texto anterior comentaba el gran estupor que me causo el pensar en eso de las relaciones, como casi siempre, recurrí a uno de mis libros de "sociología" favoritos, el de "El arte de Amar" de Erich Fromm. Ante la fragilidad de las relaciones sentimentales modernas, la lectura de este libro puede ser bastante útil.


A través de este pequeño libro, Fromm explica que eso de "amar" es una un fenómeno que nos ayuda a superar nuestro estado de separación respecto al mundo -el social entiendo yo-. El amor más allá de una relación específica con una persona, es una actitud que puede cobrar distintas formas: amor fraternal, erótico, materno, a Dios, a la naturaleza, al rock and roll, etcétera, etcétera...


Desde mi punto de vista, lo más importante del libro sería que:


- El "amor", más allá de ser una relación placentera, es un actitud que requiere esfuerzo y conocimiento, primero de uno mismo y después del "otro".

- Las relaciones fallan porque todo el mundo está empecinado en "ser amado" mas que en "amar", no me refiero al rollo hippie ese de repartir amor a diestra y siniestra, sino al hecho de que la gran mayoría no tiene esa capacidad de entregarse por completo a otra persona, relación, idea, etc.

- En la actualidad mucha gente busca ser "amad@" a través de mecanismo sociales como la posición económica, el "sex-appeal", el dinero, el éxito laboral, la popularidad y todas esas mierdas.

- La gente cree que el rollo del amor es la de tener un objeto y no una facultad. Así que de lo que se trata es encontrar un "objeto" al cual querer. Dada que nuestras sociedades están basadas en la idea del intercambio y el dinero, de lo que se trata es de encontrar un "objeto" al cual amar dentro del "mercado sentimental" que suponen las relaciones sentimentales de hoy en día. En este sentido un hombre o una mejer atractivos son el mejor premio que se puede conseguir. ¡Ojo!, que en este intercambio influye siempre la sociedad y las tendencias comerciales, así que si antes en las sociedades occidentales un hombre debía ser agresivo y ambicioso; ahora debe ser tolerante, sociable, abierto, cuidar su aspecto y demas cosas de esas.

- Lo de estar enamorad@ no es un problema; lo que sí lo es es permanecer enamorad@. Ese es el punto del post anterior.


Así es amigos, no existe ninguna otra actividad o empresa que se incie con tan tremendas esperanzas y expectativas, y que, no obstante, fracase tan a menudo como el amor, ¿o no?...

israel

sábado, 10 de marzo de 2007

Camino a Moria

El espíritu rockero del Señor de los Anillos.

Disfrútenlo.

martes, 6 de marzo de 2007

¿Todas las relaciones fracasan?...

Que tal, en esta ocasión me permito reproducir un trozo de un mensaje
enviado por un amigo -porque concuerdo tanto que incluso lo hubiera
escrito igual-. Como se puede leer, es sobre las relaciones
sentimentales entre dos personas. El caso es que este email me ha
hecho pensar sobre la fragilidad de las relaciones de hoy en día
y muy especialmente en el libro “El arte de amar” de Erich Fromm, del
cual intentaré hablar en el próximo post, pero antes lean, lean
por favor y decirme lo que pensaís...:


"Yo soy de los que piensan que una relación se construye, sí; nace de
una impresión, del amor a primera vista en ocasiones, pero eso no es
para siempre. Las relaciones de pareja se van construyendo, uno
influye en la otra persona y viceversa, con diferencias y omisiones
y ésa en la piedra angular de toda relación: aportar las dos partes
para que fluya: interés, ambición, ánimo, participación, espacio
propio, confianza, respeto, comunicación, etc. cosas que poco a poco
se fueron desvaneciendo en _______."

isr

sábado, 3 de marzo de 2007

Ya estoy aquí...

A tí que estás del otro lado.-

Sí, después de un sinfín de dudas me decido a hacer un blog. En principio éste no tiene una orientación fija, escribiré cosas que me gusten, interesen o cautiven; esperando que este "ente" virtual sirva tanto de catarsis de la vida contemporánea como de entretenimiento.


Creo que versará sobre música, sociología, libros, cultura de cualquier tipo y de lo que me apetesca...¿Para qué son los blogs sino más que soltar lo que queremos decir sin que nadie nos replique?. Es más, ya sé que será lo primero, mi sentido mini homenaje a Theodor W. Adorno, sociólogo, músico y filósofo alemán que es uno de mis autores de cabecera. Vale. Suerte.

Espero controversia.

Israel


Theodor W. Adorno, el olvidado

“...les diría que debe ser un examen crítico de la sociedad, de lo esencial de la sociedad, un examen de aquello que es pero en un sentido tal que ese examen sea crítico, de modo que en aquello que socialmente “es el caso”,... se advierta la carencia de aquello que pretende ser, para detectar así las posibilidades de una transformación de la constitución global de la sociedad... no lo escriban como una definición de sociología... sino que aquello que la sociología es en realidad, o debe ser, sólo puede acontecer haciendo precisamente sociología.”
Theodor W. Adorno


Theodor W. Adorno fue uno de los pensadores más fascinantes del siglo XX. Su extensa obra, producto tanto de su formación en filosofía, sociología, música y psicología como de su trayectoria vital, le convierten en uno de esos personajes que son tanto testigos como actores privilegiados de la historia intelectual de la humanidad. Sus obras e ideas, juntas con las de los autores congregados en torno a la Teoría Crítica de la sociedad –Max Horkheimer, Walter Benjamín o Herbert Marcuse entre otros-, ejercieron en su tiempo (década de los sesentas) una gran influencia en la izquierda occidental, en años por demás turbulentos.

Cuando Theodor Adorno fue consultado en 1969, acerca de su
postura en los movimientos estudiantiles, principalmente el de
Praga, él sorpresivamente para sus interlocutores (quienes
presuponían la asunción por parte de Adorno del liderazgo intelectual de esos movimientos) tronó con tra el movimiento; alegaba la incapacidad teorética de los propios activistas, su ignorancia crasa y la nula oportunidad que presentaban las circunstancias para una transformación so cial de fondo.


¿Cómo podía ser posible que Adorno, la gran figura rebelde
sobreviviente del instituto (después de la desaparición de Max
Horkheimer) negara ahora la posibilidad del cambio so cial? ¿A eso
había llegado ya el desarrollo de la teoría marxista, que siempre pugnó por una sociedad cualitativa y cuantitativamente distinta?


Los argumentos de Theodor Adorno para rechazar las pretensiones
del movimiento estudiantil por la revolución so cial se apoyaban en
premisas que él siempre defendió; no era para él extraño el surgimiento de una nueva fuerza política que, así fuera motivada por la injusticia, lograría cambios sociales y se instalaría en el poder por puro voluntarismo, sin orientación, y encaminada finalmente, a la barbarie.





La forma de concebir la teoría social se yuxtapone en el análisis de los hechos sociales. El pensamiento de Adorno estaba totalmente sujeto a la “guía espiritual” de Marx y Hegel, en el sentido de que el pensador alemán nunca dudó de que la dialéctica le otorga la supremacía explicativa a los factores objetivos sobre los psicológicos. De esta forma, en su reflexión sobre la sociedad de mediados del siglo XX, Adorno se mantuvo en la idea de que las instituciones y tendencias objetivas (desarrollo económico, progreso) habían adquirido un predominio sobre las personas individuales, en el sentido de que éstas dependen cada vez menos de su propia manera de ser consciente e inconsciente; de su vida íntima. Este argumento engloba lo que él denominaba “cosificación” –que se puede utilizar perfectamente en nuestros días- y que podría situarse como una extensión de la idea de “enajenación” que Marx había planteado con anterioridad; lo que nos viene a decir es sencillo: a medida que los seres humanos seamos más dependientes del conjunto del sistema (social, económico o político), seremos cada vez menos capaces de trascenderlo y con esto de lograr un cambio social.

Este pesimismo sobre el cambio social es una de las críticas más rimbombantes que le han hecho a Adorno y a la Teoría Crítica en general. Sin embargo, la argumentación anterior parte de dos hechos: el primero consiste en que buena parte del trabajo de Adorno está impregnado de su travesía vital, es decir, del hecho de ser exiliado y de ser protagonista intelectual de cómo el proyecto filosófico de la ilustración ha fallado estrepitosamente, siendo la Alemania Nazi uno de sus ejemplos más conspicuos; en segundo lugar, esta el hecho de que en la sociedad de consumo actual –o superindustrializadas como gustaban de calificarla otros autores como Marcuse-, existe una “apariencia” de libertad, no una libertad absoluta o duradera, esto debido a que la razón es un concepto social que no se analiza como tal.